Cita proveniente de “El Arte de Insultar” de Arturo Schopenhauer, editorial Alianza. Edición de Franco Volpi. p.p 55-56
A algunos investigadores de la naturaleza hay que enseñarles que se puede ser un zóologo hecho y derecho, haber recolectado las sesenta especies de simios, y, sin embargo, si aparte de eso no se ha aprendido más que la propia cartilla, no ser, a fin de cuentas, sino un ignorante al que es preciso catalogar como uno más del montón. En la época actual este fenómeo se da, por cierto, con mucha frecuencia: hay gentes que se sienten llamadas a ser las luminarias del mundo, y que han aprendido que su química o física, su mineralogía o su zoología, o acaso su fisiología, pero nada más; embuten en ésta el resto de los otros saberes que ya poseen, es decir, lo que se les quedó adherido de las doctrinas del catecismo que aprendieron en sus tiempos escolares; y cuando creen que estas 2 cosas no encajan bien la una con la otra, se convierten en blasfemos y luego en materialistas superficiales y groseros. […] En general, cualquiera que con un realismo pueril e ingenuo se da así a la tarea de dogmatizar de un día para otro sobre el alma, Dios, el comienzo del universo, los átomos o cosas por el estilo, como si la Crítica de la razón pura hubiera sido escrita en la luna y aún no nos hubiera llegado un ejemplar a la tierra, pertenece a la chusma; enviadlo a la sala de los sirvientes, para que divulgue allí su sabiduría.