Extracto del capítulo “Nieve”, Montaña Mágica, Thomas Mann.
“¡Y ese problema de la aristocracia con su nobleza! Vida o muerte, enfermedad, salud, espíritu y naturaleza, ¿son contrarios? ¿Son eso problemas? No, no son problemas, y el problema de su nobleza no es un problema. Lo irrazonable de la muerte se desprende de la vida; si no, la vida no sería vida, y la posición del homo dei se halla en el centro, con la falta de razón y con la razón, de la misma manera que su posición está entre la comunidad mística y el individualismo inconsciente. Eso es lo que veo desde mi columna. En esta posición es preciso tener con uno mismo relaciones refinadas, galantes y amablemente respetuosas, pues uno solo es noble y los contrarios no lo son. El hombre es el dueño de las contradicciones, éstas existen gracias a él y, por consiguiente, es más noble que ellas. Más noble que la muerte, demasiado noble para ella, y ésa es la libertad de su cerebro. Más noble que la vida, demasiado noble para ella, y eso es la piedad de su corazón. He rimado un sueño poético sobre el hombre. Quiero acordarme, quiero ser bueno. ¡No quiero conceder a la muerte ningún poder “sobre mis pensamientos! Pues en eso consiste la bondad y la caridad, y en nada más. La muerte es una gran potencia. Uno se descubre y anda a paso rítmico sobre la punta de los pies, ante su proximidad. Lleva la golilla de ceremonia del pasado y se viste severamente de negro en su honor. La razón es tonta ante la muerte, pues no es nada más que virtud, mientras que la muerte es libertad, la falta de razón, la ausencia de forma y la voluptuosidad. La voluptuosidad, dice mi sueño, no el amor… ¡La muerte y el amor es una mala rima, un mal gusto, una falsedad! El amor hace frente a la muerte; él solo, no la virtud, es más fuerte que ello. Él solo, no la virtud, inspira buenos pensamientos. La forma también sólo está hecha de amor y de bondad, la forma y la civilización de una comunidad inteligente y amistosa, y de un bello listado humano —con el sobrentendido discreto de la escena sangrienta—. ¡Eso ha sido soñado con claridad y bien “gobernado”! Quiero reflexionar. Quiero conservar en mi corazón mi fe en la muerte, pero quiero acordarme claramente que la fidelidad a la muerte y al pasado no es más que vicio, voluptuosidad sombría e inhumana, cuando dirige nuestros pensamientos y nuestra conducta. El hombre no debe dejar que la muerte reine sobre sus pensamientos en nombre de la bondad y del amor. Y pensando esto, yo, Hans Castorp, el hijo mimado de la vida, me despierto…”