Examen Final del Curso Virtual de Capacitación Avanzada Específica facilitado por David Huerta Osornio.
Presenta: Bismarck Izquierdo Rodríguez
Texto original: “History of Western Philosophy”, Bertrand Russell, chapter 27, “Marx”, pp. 706-713.
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Karl Marx
Karl Marx es usualmente pensado como el hombre que decía haber hecho científico al socialismo y que hizo más que cualquier otro para crear el poderoso movimiento, el cual, por atracción y repulsión, ha dominado la historia reciente de Europa. No viene en el ámbito de este trabajo considerar su economía, o su política excepto en ciertos aspectos generales; es sólo como filósofo y una influencia sobre la filosofía de otros, que propongo tratar con él.
En este respecto es difícil de clasificar. En un aspecto, él es un resultado, como Hodgskin, de los Radicales Filosóficos, continuando su racionalismo y su oposición a los románticos. En otro aspecto, él es el revividor del materialismo, dándole una nueva interpretación y una nueva conexión con la historia humana. Aún en otro aspecto, él es el último de los grandes constructores de sistemas, el sucesor de Hegel, un creyente, como él, en una fórmula racional resumiendo la evolución de la humanidad. Hacer énfasis en cualquiera de estos aspectos a expensas de otros da una falsa y distorsionada visión de su filosofía.
Los eventos de su vida cuentan, en parte, para esta complejidad. Nació en 1818, en Treves, como San Ambrosio. Treves había estado profundamente influenciada por los franceses durante la era revolucionaria y napoleónica y era mucho más cosmopolita en perspectiva que la mayoría de las partes en Alemania. Sus ancestros habían sido rabíes pero sus padres se volvieron cristianos cuando él era niño. Se casó con una gentil aristócrata, a quien se mantuvo devoto a lo largo de su vida. En la universidad fue influenciado por el aún prevalente hegelianismo, así como por la revuelta de Feuerbach contra Hegel hacia el materialismo. Probó el periodismo, pero el Rheinische Zeitung, el cual él editaba, fue suprimido por las autoridades por su radicalismo. Después de esto, en 1843, él fue a Francia a estudiar Socialismo. Ahí él conoció a Engels, quien era gerente de una fábrica en Manchester. A través de él vino a conocer las condiciones inglesas de trabajo y la economía inglesa. Adquirió así, antes de las revoluciones de 1848, una inusual cultura internacional. En lo que se refiere a Europa Occidental, no mostró sesgo nacional, esto no puede decirse de Europa del Este, él siempre desprecio a los eslavos.
Tomó parte las revoluciones francesas y alemanas de 1848, pero la reacción le obligó a buscar refugio en Inglaterra en 1849. Pasó el resto de su vida, con breves intervalos, en Londres, preocupado por la pobreza, enfermedad, y muertes de hijos; pero, infatigable escritura y amasamiento de conocimiento. El estímulo a su trabajo siempre fue la esperanza de la revolución social, si no durante su vida, entonces en un no tan alejado futuro.
Marx, como Bentham y James Mill, no tendrán nada que ver con el romanticismo; siempre es su intención ser científico. Su economía es una perspectiva de la economía británica clásica, cambiando sólo la fuerza motriz. Los economistas clásicos, consciente o inconscientemente, apuntaron al bienestar del capitalista, opuestos ambos al dueño de la tierra y el asalariado; Marx, al contrario, listo para trabajar para representar el interés del asalariado. Tuvo en la juventud -como aparece en el Manifiesto Comunista de 1848 – el fuego y la pasión apropiados para un nuevo movimiento revolucionario, como el liberalismo lo tuvo en el tiempo de Milton. Pero siempre estuvo ansioso de apelar a la evidencia y nunca se confió de ninguna intuición extra-científica.
Se llamó a sí mismo materialista, pero no del tipo del siglo dieciocho. Su tipo, que bajo influencia hegeliana él llamó “dialéctica”, difería de manera importante del materialismo tradicional y era más afín a lo que ahora se llama instrumentalismo. El materialismo más viejo, decía, equivocadamente consideraba la sensación como pasiva, y así atribuía actividad ante todo al objeto. En opinión de Marx, toda sensación o percepción es una interacción entre sujeto y objeto; el objeto desnudo, aparte de la actividad del perceptor, es un mero material crudo, el cual es transformado en el proceso de convertirse en conocido. El conocimiento en el viejo sentido de contemplación pasiva es una abstracción irreal; el proceso que realmente se lleva a cabo es el de manejar cosas. “La pregunta sobre si la verdad objetiva pertenece al pensamiento humano, no es una cuestión de teoría, sino una cuestión práctica”, dice. “La verdad, la realidad y el poder de pensamiento deben ser demostrados en la práctica. La polémica sobre la realidad o no realidad de un pensamiento, el cual está aislado de la práctica, es una cuestión puramente escolástica. … Los filósofos han sólo interpretado el mundo de varias maneras, pero la tarea real es alterarlo”.
Pienso que podemos interpretar a Marx como refiriéndose a que el proceso que los filósofos han llamado “la búsqueda del conocimiento” no es, como ha sido pensado, uno en el que el objeto es constante mientras toda la adaptación está de parte del conocedor. Al contrario, ambos, sujeto y objeto, ambos, el sujeto y la cosa conocida, están en continuo proceso de mutua adaptación. Él llama al proceso, “dialéctico”, porque nunca es totalmente completado.
Es esencial a esta teoría negar la realidad de “sensación” como la concebían los empiristas británicos. Lo que pasa, cuando es más cercano a lo que ellos se refieren por “sensación”, sería mejor llamarlo “notar”, lo que implica actividad. De hecho -por lo que Marx sostendría- sólo notamos cosas como parte del proceso de actuar en referencia a ellas y cualquier teoría que deje fuera a la acción es una abstracción engañosa.
Hasta donde sé, Marx fue el primer filósofo que criticó la noción de “verdad” desde este punto de vista activista. En él, este criticismo no fue muy enfatizado, y por ello, no diré más sobre él aquí, dejando la examinación de la teoría a un capítulo posterior.
La filosofía de la historia de Marx es una mezcla de Hegel y economía británica. Como Hegel, él piensa que el mundo se desarrolla de acuerdo a formula dialéctica, pero él discrepa con Hegel en cuanto a la fuerza motriz de este desarrollo.
Hegel creía en una entidad mística llamada “Espíritu”, la cual causa se desarrolle la historia humana de acuerdo a las etapas de la dialéctica tal y como las planteó en su Lógica. Porqué el Espíritu tiene que pasar por estas etapas no queda muy claro. Uno es tentado a suponer que el Espíritu está intentando entender a Hegel y en cada etapa objetiva, temerariamente, lo que ha estado leyendo. La dialéctica de Marx no tiene esta calidad excepto cierta inevitabilidad. Para Marx, la materia, no el espíritu, es la fuerza motriz. Pero es una materia en el sentido particular que hemos estado considerando, no la totalmente deshumanizada materia de los atomistas. Esto significa que, para Marx, la fuerza impulsora es realmente la relación del hombre con la materia, cuya parte más importante es su modo de producción. De este modo el materialismo de Marx, en la práctica, se vuelve economía.
La política, religión, filosofía y arte de cualquier época en la historia humana son, de acuerdo a Marx, un resultado de sus métodos de producción, y, en menor medida, de distribución. Pienso que no mantendría que esto aplica a todas las lindezas de la cultura, sino sólo a sus líneas generales. La doctrina se llama “concepción materialista de la historia”. Esta es una tesis muy importante; en particular, concierne al historiador de la filosofía. Yo personalmente no acepto la tesis como está, pero pienso que contiene elementos muy importantes de verdad, y soy consciente de que ha influido en mis propios puntos de vista del desarrollo filosófico como se establece en el presente trabajo. Permítanos, empezar con, considerar la historia de la filosofía en relación a la doctrina de Marx.
Subjetivamente, todo filósofo parece a sí mismo estar comprometido en la persecución de algo que podría ser llamado “verdad”. Los filósofos diferirán en cuanto a la definición de “verdad”, pero en todo caso es algo objetivo, algo que en cierto sentido, todos deben aceptar. Ningún hombre se comprometería a la persecución de la filosofía si pensara que toda filosofía es meramente una expresión de sesgo irracional. Pero todo filósofo estará de acuerdo que muchos otros filósofos han sido accionados por sesgo, y han tenido razones extra-racionales, de las cuales estuvieron usualmente inconscientes para muchas de sus opiniones. Marx, como el resto, cree en la verdad de sus propias doctrinas; él no las considera más que como la expresión de los sentimientos naturales de una rebelde clase media alemana judía a mediados del siglo diecinueve. ¿Qué puede ser dicho acerca de este conflicto sobre visiones objetivas y subjetivas de una filosofía?
Diremos, en sentido amplio, que la filosofía griega hasta Aristóteles expresa la mentalidad propia a la Ciudad-Estado; que el estoicismo es propio a un despotismo cosmopolita; que la filosofía escolástica es una expresión intelectual de la iglesia como organización; que la filosofía desde Descartes, o hasta cierto punto desde Locke, tiende a encarnar los prejuicios de la clase media comercial; y que el marxismo y el fascismo son filosofías propias al Estado moderno industrial. Esto, pienso, es tan importante como verdad. Pienso, sin embargo, que Marx está equivocado en dos aspectos. Primero, las circunstancias sociales que se deben tomar en cuenta son tanto políticas como económicas; tienen qué ver con el poder, del cual la riqueza sólo es una forma. Segundo, la causalidad social deja en gran medida de aplicar tan pronto como el problema se vuelve técnico y detallado. La primera de estas objeciones la he establecido en mi libro “Poder”, por lo que no diré más sobre ella. La segunda más íntimamente concierne la historia de la filosofía, y voy a dar unos ejemplos de su alcance.
Tome, primero, el problema de los universales. El problema fue discutido primero por Platón, luego Aristóteles, los escolásticos, los empiristas británicos, y por la mayoría de los lógicos modernos.
Sería absurdo negar que el sesgo ha influido en la opinión de los filósofos en esta cuestión. Platón fue influenciado por Parménides y el Orfismo; quería un mundo eterno y no podía creer en la realidad última del flujo temporal. Aristóteles fue más empírico y no tenía aversión por el mundo de todos los días. Los empiristas de trato minucioso en tiempos modernos tienen un sesgo el cual es opuesto al de Platón: encuentran el pensamiento de un mundo suprasensible desagradable y están dispuestos a ir grandes distancias para evitar tener que creer en él. Pero estos tipos opuestos de sesgos son perennes, y tienen sólo cierta conexión con el sistema social. Se dice que el amor por lo eterno es característica de una sociedad ociosa que vive del trabajo de otros. Dudo si esto es verdad. Epicteto y Spinoza no eran caballeros de ocio. Podría instarse, al contrario, que la concepción del paraíso como lugar donde nada se hace es de aquellos trabajadores abatidos que no quieren hacer otra cosa más que descansar. Tal argumentación puede ser llevada indefinidamente y conduce a ninguna parte.
Por otro lado, cuando llegamos al detalle de la controversia sobre los universales, encontramos que cada lado puede inventar argumentos que la contraparte admitirá como válidos. Algunas críticas de Aristóteles sobre Platón en esta cuestión han sido casi universalmente aceptadas. En tiempos muy recientes, aunque ninguna decisión ha sido alcanzada, una nueva técnica ha sido desarrollada y muchos problemas incidentales han sido resueltos. No es irracional esperar que antes de mucho tiempo, un acuerdo definitivo será alcanzado por lógicos en esta cuestión.
Tomen, como segundo ejemplo, el argumento ontológico. Este, como hemos visto, fue inventado por Anselmo, rechazado por Tomás de Aquino, aceptado por Descartes, refutado por Kant, y reintegrado por Hegel. Pienso, se dirá casi decisivamente que como resultado del análisis del concepto de “existencia”, la lógica moderna ha probado este argumento como invalido. Este no es un asunto de temperamento o del sistema social; es un asunto puramente técnico. La refutación del argumento se permite, obviamente, sin terreno para suponer su conclusión, esto es la existencia de Dios, de ser falsa; si es así, no podemos suponer que Tomás de Aquino hubiera rechazado el argumento.
O tomen la cuestión del materialismo. Este es un mundo que es capaz de muchos significados; hemos visto que Marx alteró radicalmente su significación. Las acaloradas controversias sobre su verdad o falsedad han dependido en gran medida, por su continua vitalidad, sobre evitar la definición. Cuando el término está definido se encontrará que de acuerdo a algunas definiciones posibles, el materialismo es demostrablemente falso; de acuerdo a ciertos otros, será verdad, aunque no hay una razón positiva para pensar así; mientras de acuerdo aún a otras definiciones, hay algunas razones a su favor, aunque estas razones no son concluyentes. Todo esto, otra vez, depende de consideraciones técnicas, y no tiene nada que ver con el sistema social.
La verdad del asunto es realmente bastante simple. Lo que es convencionalmente llamado “filosofía” consiste de dos elementos muy diferentes. Por un lado, hay cuestiones que son científicas o lógicas; éstas son susceptibles a métodos en cuanto hay un acuerdo general. Del otro lado, hay preguntas de apasionante interés para grandes números de personas, en cuanto no hay una sólida evidencia de cualquier manera. Entre estas últimas hay preguntas prácticas en cuanto es imposible mantenerse al margen. Cuando hay una guerra, debo apoyar mi propio país o encontrarme con un conflicto doloroso tanto con mis amigos como con las autoridades. Muchas veces no ha habido punto medio entre apoyar u oponerse a la religión oficial. Por una razón u otra, encontramos casi imposible mantener una actitud de desapego escéptico en muchos problemas por cuanto la razón pura es silenciosa. Una “filosofía”, en un sentido muy usual de la palabra, es un todo orgánico de decisiones extra racionales. Es en lo que se refiere a “filosofía”, en este sentido, que la afirmación de Marx es en gran medida verdad. Pero aún en este sentido una filosofía es determinada por otras causas sociales así como por otras que son económicas. La guerra, especialmente, tiene su parte en la casuística histórica; y la victoria en la guerra no siempre se va del lado con los más grandes recursos económicos.
Marx acomodó su filosofía de la historia en un molde sugestionado por la dialéctica hegeliana, pero de hecho sólo hubo una tríada que le preocupaba: el feudalismo, representado por dueño de la tierra; el capitalismo, representado por el empleador industrial; y el socialismo, representado por el asalariado. Hegel pensó en las naciones como vehículos de movimiento dialéctico; Marx substituyó a las clases. Él negó siempre todas las razones éticas y humanitarias por preferir el socialismo o tomar el lado del asalariado; sostuvo, no que este lado fuese éticamente mejor, sino que fue el lado tomado por la dialéctica en su todo determinístico movimiento. Él habría dicho que no abogaba por el socialismo, que sólo lo profetizaba. Esto, sin embargo, no hubiera sido del todo verdad. Él indudablemente creía en que todo movimiento dialéctico, en un sentido impersonal, es, un progreso, y ciertamente sostuvo que el socialismo, una vez establecido, ministraría a la felicidad humana más que lo que el feudalismo o el capitalismo habían logrado. Estas creencias, aunque hubieran controlado su vida, se mantuvieron en gran medida en el fondo, tan lejos de lo que preocupaba a sus escritos. Ocasionalmente, sin embargo, abandona la profecía calma por la vigorosa exhortación a la rebelión, y la base emocional de sus ostensibles pronosticaciones científicas está implícita en todo lo que escribió.
Considerado puramente como filósofo, Marx tiene graves deficiencias. Es demasiado práctico, demasiado envuelto en los problemas de su tiempo. Su ámbito de competencia está confinado a este planeta, y, dentro este planeta, al Hombre. Desde Copérnico, ha sido evidente que el Hombre no tiene la importancia cósmica que antiguamente asumió para sí mismo. Ningún hombre que ha fallado a asimilar este hecho tiene el derecho de llamar a su filosofía “científica”.
Ahí va con esta limitación para con los asuntos terrenales, una disposición para creer en el progreso como una ley universal. Esta disposición característica del siglo diecinueve, existió en Marx así como en muchos de sus contemporáneos. Es sólo por la creencia en la inevitabilidad del progreso que Marx pensó que era posible prescindir de las consideraciones éticas. Si el socialismo estaba por venir, debe ser una mejoría. Él habría admitido fácilmente que no parecería ser una mejoría para los dueños de la tierra o los capitalistas, pero eso sólo demostró que estaban fuera de armonía con el movimiento dialéctico del tiempo. Marx se declaró como ateo, pero retuvo un optimismo cósmico que sólo el teísmo podía justificar.
Hablando en general, todos los elementos en la filosofía de Marx que derivan de la de Hegel son acientíficos, en el sentido de que no hay razón (la que sea) para suponerlos como verdaderos.
Quizás el “vestido” filosófico que Marx dio a su socialismo no tenía realmente mucho que ver con la base de sus opiniones. Es fácil restar la parte más importante de lo que tenía que decir sin referencia alguna a la dialéctica. Estaba impresionado por la espantosa crueldad del sistema industrial como existía en Inglaterra hace cien años, que conoció profundamente a través de Engels y los reportes de las Comisiones Reales. Vio que el sistema era probable que se desarrollara de la libre competencia hacia el monopolio y que su injusticia debe producir un movimiento de revuelta en el proletariado. Sostuvo que, en una comunidad industrializada a fondo, la única alternativa de privar al capitalismo es la propiedad estatal de la tierra y el capital. Ninguna de estas proposiciones son materias para la filosofía y por ello no consideraré su verdad o su falsedad. El punto es que, son suficientes para establecer lo que es prácticamente importante en su sistema. Las trampas hegelianas serán dejadas por lo tanto con ventaja.
La historia de la reputación de Marx ha sido peculiar. En su propio país sus doctrinas inspiraron el programa del Partido Social Demócrata, que creció lentamente, hasta que en la elección de 1912, aseguró un terció de todos los votos Inmediatamente después de la primera guerra mundial, el partido Social Demócrata estuvo por un tiempo en el poder, y Ebert, el primer presidente de la República de Weimar, fue miembro de él; pero para este tiempo el partido había desistido de adherirse a la ortodoxia marxista. Mientras tanto en Rusia, creyentes fanáticos de Marx habían adquirido el gobierno. En el Oeste, ningún gran movimiento de la clase obrera ha sido marxista; el Partido Obrero Británico, a veces, se ha movido aparentemente en esa dirección, pero nunca se adherido a un tipo empírico de socialismo. Gran número de intelectuales, sin embargo, han sido influenciados por él, tanto en Inglaterra como en América. En Alemania, toda defensa de sus doctrinas ha sido reprimida por la fuerza, pero se espera reviva cuando los nazis sean expulsados.
La Europa Moderna y América, así, han sido divididas, políticamente e ideológicamente en 3 campos. Hay, los liberales, que aun, tan alejado como pueda ser, siguen a Locke o a Bentham, pero varían sus grados de adaptación a las necesidades de la organización industrial. Hay marxistas, que controlan el gobierno en Rusia y pueden llegar a ser cada vez más influyentes en varios otros países. Estas dos secciones de opinión están filosóficamente no muy ampliamente separadas, ambas son racionalistas, y ambas, en intención, son científicas y empíricas. Pero desde el punto de vista de la política práctica, la división es aguda. Aparece ya en la carta de James Mill citada en el capítulo precedente, diciendo que “sus nociones de propiedad parecen feas”.
Se debe, sin embargo, admitir que hay ciertos aspectos en los cuales el racionalismo de Marx está sujeto a limitaciones. Aunque él sostiene que su interpretación de tendencia al desarrollo es verdad, y que ésta correrá a cargo de los eventos, él cree que el argumento sólo será de interés (salvo en raras excepciones) para aquellos cuyo interés de clase esté de acuerdo con ello. Espera poco de la persuasión; todo de la guerra de clases. Está así comprometido en la práctica de la política de poder y en la doctrina de una clase dominante, aunque no de una raza maestra. Es verdad que como resultado de la revolución social, la división de clases se espera que desaparezca, dando lugar a una armonía política y económica. Pero esto es un ideal distante, como la segunda venida; en el entretiempo, hay guerra y dictadura, e insistencia en la ortodoxia ideológica.
La tercera sección de opinión moderna, representada políticamente por nazis y fascistas, difiere filosóficamente de las otras dos más profundamente que lo que difieren una de otra. Es anti racional y anti científico. Sus progenitores filosóficos son Rousseau, Fichte y Nietzsche. Hace énfasis en la voluntad, especialmente la voluntad de poder; se cree principalmente concentrada en ciertas razas e individuos que por lo tanto tienen el derecho a mandar.
Hasta Rousseau, el mundo filosófico había tenido unidad. Ésta ha desaparecido por este tiempo, pero quizás no por mucho. Puede ser recobrada por una reconquista racionalista de las mentes de los hombres, pero no en alguna otra manera, pues los reclamos de dominio sólo pueden engendrar contiendas.