Por única ocasión, comparto de manera “adelantada” mi participación de esta semana.Los Tigres de Arena
23 de febrero del 2016
Tiempo de las Conciencias; Conciencias del Tiempo.
“Se apaga otra estrella; hasta luego Profesor Eco.”
Hace ya varias reuniones que en compañía de mis amigos, los destacados intelectuales y académicos, Marco Antonio Aguilar Cortés, José Herrera Peña, Juan García Tapia, Miguel Salmon del Real y Alberto Luquín, venimos discutiendo y valorando la influencia de un sinnúmero de escritores que dejaron su marca en la Historia escrita de Occidente. Cientos de nombres y apellidos han sido evocados en las tertulias que mensualmente procuramos; encontrando, de manera muy fluida y auténtica, predilección y admiración en común hacia algunos de estos personajes. Entre las cualidades que más apreciamos de unos y de otros considerábamos esencial la influencia que los autores tuvieron como figuras públicas de su Tiempo; considerábamos, que era de suma importancia la congruencia y solidez de la postura “política” —siempre alineada a la ideológica— que asumieron filósofos y escritores durante sus vidas, y que al final les depararon la fortuna de convertirse en arquetipos que hoy moldean e influyen en el desarrollo del fenómeno cultural de cada uno de sus países de origen. Personalmente, en el campo de la Literatura, siempre he considerado como conciencias de su Tiempo, como conciencias totales del siglo XX: a Jorge Luis Borges, a Mario Vargas Llosa y al hoy desaparecido Umberto Eco.
¿Cómo alguien puede llegar a ser conciencia de su época? ¿Por qué alguien aspira a ser conciencia de su época? ¿Se cumple acaso —en el sentido borgesiano— con un destino personal? Cualquier persona que pueda leer y escribir, ¿puede aspirar a serlo? En el análisis de la representación de un hombre que ha dedicado su vida a contemplar e interpretar el devenir de las relaciones humanas, uno siempre termina abrumado al descubrir el tamaño de la obra que ha dejado gente como la que cité en el párrafo anterior. Uno descubre la vocación, la libertad, la disciplina y la pasión en seres que compartieron un gran sentido común y de responsabilidad para con el oficio de la escritura. Desdeñaron la diatriba y la agresión y siempre terminaron inclinándose por favorecer el diálogo y la reflexión; jamás perdieron su caballerosidad ni su elegancia.
En la obra escrita de la tríada que admiro profundamente, encuentro esa literatura que Sartre denominó “comprometida”. La Literatura y las reflexiones que en los diferentes géneros que abordaron, les permitieron ascender a la universalidad y desde sus primeras magnas obras, convirtieron sus palabras en actos; actos cuyos efectos no cesan de manifestarse ni de unir generaciones en torno a un sentido común y una parsimonia intelectual que hizo de la concreción un estilo de escritura, creando una voz que superó el cautiverio de sus lenguas maternas.
En lo personal, le debo mucho a la obra de Eco. Fue indirectamente mi maestro de italiano, enseñándome con sus novelas y sus artículos un nivel de expresión que es difícil encontrar en las aulas. Fue un gran comunicador e ideólogo que supo a través de sus conferencias encontrar la vía para mejorar —aunque fuese mínimo— su entorno, mejorarlo siendo un profesor que desechó la mezquindad y el egoísmo, y, que siempre entendió que el combate del humanista es el que se lanza en contra de la ignorancia, el odio y la pusilanimidad, mismos que se disipan con la correcta difusión y divulgación del conocimiento.
En Literatura, cuestionó la existencia de Dios desde el Medioevo, inventó y se divirtió con las conspiraciones, atacó a la “prensa de fango” (la que tristemente predomina en México), nos recordó quiénes son nuestros enemigos; en la Academia, fue asombrosa su capacidad para sintetizar y agotar temas en los campos de la Filosofía, Lingüística, Estética, Antropología y Teoría Literaria; fue, tal vez, el único pensador europeo que mantuvo “bajo el reflector” los grandes tópicos que la ahora mal llamada generación “posmoderna” ha intentado ignorar y enterrar, en un afán de revolucionar o regresar a cierto estadio que les postre como los entes fundacionales de civilizaciones incólumes y depuradas de los sistemas políticos fallidos.
Desde hace unos tres años comencé a seguir al Profesor Eco en su “Bustina di Minerva”, publicada quincenalmente en el semanario “L’Espresso” del grupo Repubblica. La columna que más me marcó fue una que escribió a inicios del 2014, titulada “”Caro nipote, studia a memoria” (Querido nieto, estudia de memoria), en la cual le escribe a su nieto y le comparte su preocupación por la pérdida de memoria que su generación está sufriendo; le sugiere estudiar y conocer de memoria todo aquello que precedió a su nacimiento, para así, gozar de la oportunidad y del placer de vivir miles de vidas y lograr una comprensión y satisfacción de la propia. Dejo la liga a esta columna: goo.gl/gXChk9
Durante los últimos meses, Eco fue muy agudo con la clase política de su país; recientemente respondió al Primer Ministro Renzi que “ni la Cultura ni la Belleza salvarán al mundo”, añadiendo que grandes criminales de la humanidad —como Joseph Goebbels—fueron coleccionistas de obras de arte. También a comienzos de este año lanzó una crítica severa contra el derecho de hablar de las masas en las redes sociales, donde (parafraseándolo) “legiones de imbéciles tienen el mismo derecho de palabra que un premio Nobel”.
Se fue una conciencia de nuestro Tiempo, empero, los avances de la Astrofísica nos han enseñado algo sumamente poético: que las luces más bellas e intensas del firmamento son aquellas que pertenecieron a estrellas que han muerto. Se fue una de las luces de nuestro incomprendido siglo XX; que la luminosidad y energía de su pensamiento guíen a las generaciones que realizarán nuestras ilusiones y nuestros sueños.
Twitter: @eisenbismarck