Los Tigres de Arena
21 de Junio de 2016
“El Único”
“Es decir, y creo que la belleza es común también; es absurdo suponer que la belleza es sólo algo que han logrado algunos espíritus, algo sólo logrado, no sé, por Shakespeare, por Dante, por Hugo. Yo creo que no. Creo que continuamente la gente alcanza la belleza. Creo que si se perdieran todos los libros, bueno, volveríamos a reescribirlos. Es decir, creo que la belleza y la felicidad son hechos comunes y cada día, bueno, hemos estado quizá́ muchas veces en el infierno pero alguna vez en el cielo también. Muchísimas gracias.
Fragmento de “Borges en Diálogo sobre el Budismo”.
Se cumplieron 30 años del fallecimiento de Jorge Luis Borges (14 de junio de 1986, en Ginebra, Suiza), también, han pasado ya casi 5 años desde que en diciembre de 2011 me enclaustré para leer casi la totalidad de la obra del escritor que sigue enseñando a los aficionados y profesionales de las letras hispánicas que la universalidad de una obra no depende de la lengua que la soporte; Borges y su dominio del Español atrajo la mirada de la civilización occidental hacia Latinoamérica en una época donde ésta era considerada un bastión de la demagogia y la sombra dictatorial. El maestro Borges, ese bachiller introvertido del liceo Jean Calvin de Ginebra, consiguió elevar a la lengua española durante las décadas más turbulentas del siglo XX, sembrando en la todavía afrancesada Cultura de Occidente una curiosidad por aquellas tierras en las que sólo se percibían las revoluciones y los golpes de Estado como las manifestaciones culturales por antonomasia.
Antes de comenzar, debo obviar, de manera extraordinaria, que este ejercicio de redacción no es más que una introspección y un anacronismo a través del cual busco responderme qué ha sido de mí antes y después de leer, vivir, sentir y regresar una y otra vez a la obra de Jorge Luis Borges.
La primera vez que lo leí, a sugerencia de uno de mis mejores amigos, tomé directamente el relato de “El Inmortal”, sin conocimiento previo sobre quién era ese autor de impronunciable apellido para cierto anodino ex presidente de México y que hasta ese momento no figuraba en mi panteón filosófico-literario.
“La muerte (o su alusión) hace preciosos y patéticos a los hombres. Éstos conmueven por su condición de fantasmas; cada acto que ejecutan puede ser el último; no hay rostro que no esté por desdibujarse como el rostro de un sueño. Todo, entre los mortales, tiene el valor de lo irrecuperable y de lo azaroso.” (fragmento de “El Inmortal”)
Pasajes como estos me envolvieron y reconfiguraron mi manera de leer e interpretar la realidad y la Literatura. Tardé más o menos media hora en concluir su lectura, el efecto posterior aún lo tengo finamente impreso, la dicha sempiterna de haberme colocado por primera vez ante la perfección literaria. Releí un par de veces más el cuento y supe que esto sería un encantamiento para toda la vida.
Tras mi experiencia con “El Inmortal”, no tardé ni una semana en ir a comprar un par de ediciones de bolsillo de “Ficciones” y “El Aleph” para así sustanciar uno de los acontecimientos capitales de mi vida. Permanece como un recuerdo muy vívido en mi memoria aquel instante en que repasé por primera vez la descripción del objeto conjetural que Borges observa en casa de Carlos Argentino Daneri. Todos los días, desde aquel significativo encuentro con el Aleph, al menos durante algunos minutos de mi vida cotidiana, procuro recordar unas cuantas de las aproximadamente 50 imágenes que Borges ve recostado sobre el decimonoveno escalón de la escalera que lleva al sótano de la casa de Argentino Daneri.
“Todo lenguaje es un alfabeto de símbolos cuyo ejercicio presupone un pasado que los interlocutores comparten; ¿Cómo transmitir a los otros el infinito Aleph, que mi temerosa memoria apenas abarca?”
La mía fue condenada a impresionarme cada vez que vuelve a “ver” la circulación de mi oscura sangre, en Alkmaar un globo terráqueo entre dos espejos que lo multiplican sin fin, el engranaje del amor y la modificación de la muerte. Sin importar el lector en turno, creo que la sensación de infinita veneración e infinita lástima se sigue transmitiendo allende las culturas y los credos.
Y así, dediqué un año de manera obsesiva a hacerme de los trabajos, ensayos, obra poética, biografías, relatos en coautoría, traducciones y antologías de quien abrió el camino y fue el maestro de todo aquellos que a mediados de los años 60 deslumbraron y extrañamente fueron relacionados al concepto de una explosión y espontaneidad. Su figura hasta nuestros días no ha perdido vigencia y así como se dice en filosofía que cada generación se conformará según la interpretación que haga de Hegel, en los territorios que abarca el español de América, las generaciones de lectores y escritores se definirán a partir del lugar que le den a Borges entre sus referentes. Como la mayoría de los genios de todas las horas, su veneración o su repudio dará forma a los cánones a partir de los cuales las generaciones se basarán para apreciar el valor de las obras que produzcan. Al día de hoy, su indiscutible influencia sigue siendo tema de conversación y por más que existen funestos personajes que si tuvieran la oportunidad destruirían su obra por no poder asumir la brillantez de una conciencia total, Borges sigue sobreviviendo a sus detractores; todo gracias a su única defensa: la interminable lectura y discusión de su legado literario.
A nivel personal, ¿qué me ha dejado Borges?, ¿qué recuerdos gratos guardo y reviso en el cautiverio de mi soledad al regresar a sus cuentos, poemas y ensayos? Han pasado ya cinco años de lecturas y algunas se arraigaron más que otras al fundirse con mis más intensas vivencias; quién iba a pensar que Borges infundiría pasiones en un lector. Citando a Paz, día a día reafirmo esa “experiencia mística” de entender y asumir que su literatura tiene un tema único: el tiempo y sus renovadas y estériles tentativas por abolirlo. En un fugaz repaso, me vienen a la mente relatos como El Congreso, El Libro de Arena, Los Tigres Azules —sí, haga usted la relación de conceptos y deduzca el origen del título de esta columna—, La Memoria de Shakespeare, Ulrica; ensayos como “Historia de la Eternidad”, “Nueva Refutación sobre el Tiempo”, “La Esfera de Pascal”; poemas como los Fragmentos de un Evangelio Apócrifo, Cambridge, Inscripción en Cualquier Sepulcro, Spinoza, Everness, El Gólem, Las Mil y una Noches, Elogio de la Sombra, No eres los otros o el Ápice; y por qué no, también sus cartas a Estela Canto; en unos cuantos minutos emergen de mi inconsciente este cúmulo de textos interpretados que ya son parte de mi identidad.
30 años han pasado ya desde que Borges dejó este mundo, 25 desde que pisó Morelia; no hay nada de profundo o divino en ello, sólo pensé y creí que ésta era una buena oportunidad para recordar a quien iluminó mi juventud, cumpliendo alegóricamente con ese peculiar fenómeno de mirar al cielo y percibir la intensidad de la luz de las estrellas que ya han muerto. Pasarán años, lustros y décadas, y no importa en qué periodo de mi vida regrese a él, hasta el momento en que deje de leer, para mí, Jorge Luis Borges jamás dejará de ser el Único.