Los Tigres de Arena
11 de julio del 2016
“Cultura presidencial”
“…me cuestiono si es real este Elíseo mexicano en el que vivo, pues la masa crítica desde hace décadas es más inteligente, más culta, menos viciosa y más lectora que quienes han detentado la Presidencia de México.”
Durante una conversación informal con unas compañeras de trabajo hace una semana, se expresaron opiniones sobre los imprevistos surgidos durante la visita del Presidente de la República en Canadá; se intercambiaron puntos de vista diversos, algunos interesantes, otros, un tanto pasionales, sin embargo, me llamó la atención —y lo externé cuando me tocó hablar— que en esta época hayamos sobajado tanto la figura presidencial sin importar quien personifique el Poder Ejecutivo federal. Muchos aducirán que esto se lo ha ganado —y con sumos méritos— no sólo el Presidente sino todo el grupo que encabeza la el gabinete federal, empero, antes de comenzar a lanzar los improperios en solidaridad con los libertadores, me tuve que retraer y realizar una veloz retrospectiva para intentar dar con uno de muchos motivos por los cuales “la voz del pueblo” tiene más de una década en contra del sistema presidencialista, porque ahora el sentido de lo absurdo mexicano postula que lo pírrico y lo deleznable emana de los actos de la clase política; es decir, el político hoy es quien no lo es. Atestiguamos de manera pasiva cómo la mundanidad debe modelar el sistema y adaptarlo a los hábitos de la vida cotidiana.
En primera instancia, no puede uno quedarse satisfecho con la justificación a la catástrofe política en turno, la cual postula que es derivada del voto irracional que sexenalmente emiten los mexicanos. Esta tragedia cíclica tiene un trasfondo que nos lleva hasta cuestionar la formación de la cultura democrática en los mexicanos. ¿Por qué en cada elección presidencial en lugar de vernos motivados por escoger entre múltiples y brillantes opciones, resulta que nos vemos acorralados y desolados por el temor que infunden los sátrapas que buscan ejercer el Poder? Porque desde las raíces de nuestros hábitos y por efecto del desdén que impera en para con los asuntos “de la República”, se ha configurado un escalafón donde los más incompetentes, menos aptos y más “ilustres” ignotos alcanzan posiciones importantes en el sistema político mexicano.
En mi caso, jamás he tenido problemas con alguna figura de autoridad o en el Poder, puesto que fui formado por decentes programas cívicos —los cuales considero aún muy ejemplares— que me enseñaron a que debo aceptar y respetar a quien sea “mi” Presidente de la República o “mi” Gobernador —sumando a esto mi formación en Derecho—; por lo tanto, acepto y acato las reglas, y, en caso de oponerme algún día a éstas, conozco las vías civilizadas (jurídicas) para tomar una postura.
Veo que día a día —desde la administración zedillista— enfermizamente se pierde demasiado tiempo atacando a los Presidentes, y me cuestiono si es real este Elíseo mexicano en el que vivo, pues la masa crítica desde hace décadas es más inteligente, más culta, menos viciosa y más lectora que quienes han detentado la Presidencia de México.
Al punto al que deseo arribar es que mi lectura del comportamiento político de la población me “habla mal” de la cultura y de la educación que ésta ha tenido. “Desde fuera” me parece vergonzoso que se haya llegado a un extremo en el cual pisoteemos la figura que más sangre costó a nuestra Nación; al negar y enfrentar a los Presidentes, negamos y enfrentamos la Historia de nuestro país, esto, cumpliendo con la alegoría de plantar la semilla de nuestra propia destrucción como Estado moderno.
Sí, se deben realizar muchos cambios aún al sistema, sin embargo, primero debemos cambiar nuestra postura sobre cómo participar en el fenómeno político para impulsar a los entes más lúcidos para ocupar los puestos más importantes de nuestra estructura gubernativa. Que el desdén y el rechazo se den en contra de la injuria y la diatriba para lograr reavivar en nuestros cogeneracionales la esperanza y orgullo de vivir en este México, y así, finalmente establecer una admirable cultura democrática.