Los Tigres de Arena
23 de Agosto del 2016
“Ambicionando el Repudio”
“Hoy se cae en una crisis de identidad ya que no existen más los arquetipos ni los modelos que permitían a uno llevar una vida en comunidad tranquila y civilizada.”
Durante los últimos años en México y en la mayoría de los países latinoamericanos, la figura del “polìtico de profesión” se ha deteriorado bastante, llegando a niveles de desaprobación y desdén críticos, donde los ciudadanos han optado por ignorar el desenvolvimiento de la dimensión pública. En menos de 30 años, en Latinoamérica se ha ido resquebrajando la cultura democrática, al punto de haber invertido el rol social que tenía la clase gobernante, colocándola en el patíbulo donde diario se sacrifica la figura de algún ambicioso actor incapaz de controlar su vanidad y necesidad de reconocimiento.
—¿Qué sucedió? El tipejo ni sumar sabía—; —desde la preparatoria sabíamos todos que no tenía futuro, le augurábamos una muerte repentina o pisar la cárcel antes de graduarnos—; —¿qué dices?, ¿que ya es diputado?, ¿pero en qué momento?—; —sí, lo he visto en algunos carteles en la calle pero jamás pensé que lo lograría… no entiendo, lo mejor que hacía era adular a los políticos de moda y engañar a los alumnos universitarios con gestiones “desinteresadas”—; —¿quién iba a pensarlo?, hace años lo tenía sentado a un lado en el aula copiando en los exámenes y hoy lo veo su fotografía en cada esquina, en cada parada de autobús, en las redes sociales y hablando a través de la radio—; —¿Cuándo dejó de ser el pillo que era? ¿Cuándo lo abandonó la villanía y su perversidad? ¿En qué momento perdí la noción del tiempo y hoy éste ha cambiado a los que fueron?’—, reflexiona uno al ver los rostros de quienes resultan ser conocidos de muchos años y que de un día para otro aparecen en la dimensión pública sonriendo pérfidamente desde fotografías y vídeos que buscan atraer y convencer a quien los interpreta. Vivimos instantes inmersos en el frenesí del deseo por cambiar nuestro destino y nuestros orígenes; cambiar nuestros anhelos y nuestros sueños; cambiar la Historia y a sus actores y redactores y finalmente nos resignamos a aceptar nuestra incapacidad para cambiar al mundo. Al vernos reflejados en esa persona despreciable que de un día para otro se convirtió en un ser inmaculado e intachable, nos alarmamos ante la debilidad de nuestras convicciones. Nos hundimos en nuestra inconsciencia para hallar la explicación que justifique el hecho de encontrarnos súbitamente —en el ámbito político— dominados por aquéllos que durante lustros se afirmaban como lo más deleznable de nuestras comunidades. Hoy se cae en una crisis de identidad ya que no existen más los arquetipos ni los modelos que permitían a uno llevar una vida en comunidad tranquila y civilizada.
Las figuras de autoridad que hoy retratan la mayoría de nuestros contemporáneos y semejantes se aíslan peligrosamente y se desentienden de lo que la realidad social exige de ellos, generando una tensión que a la postre reafirma la casi nula tolerancia que existe para quienes hoy de manera vergonzosa pregonan por un lugar en el sistema político mexicano.
Viendo cómo cogeneracionales sacrifican su dignidad por una fugaz fama y un efímero poder, arribo a un punto de reflexión en el que simplemente no puedo dar crédito a la voraz ambición que muestran las nuevas generaciones de políticos, quienes ya se muestran tranquilamente impávidos e inmunes al repudio que lleva consigo el ocupar un cargo público; el dolor es inexistente cuando el pecunio esconde las fragilidades y los defectos. En fin, este es el reto de mi tiempo, habré de atestiguar las ignominias de quienes han vivido lo mismo que yo y han decidido rendirse ante la tiranía de la obsesión.