“Dialéctica del bravucón”
“Contra los bravucones nunca se gana, siempre se pierde.”
Desde la gran apertura del foro mundial que representan las redes sociales, la opinión pública se ha mudado a un microverso extraño donde celebridades, políticos, deportistas, y principalmente, gente común y corriente, se codean y logran convivir allende las pasiones, las simpatías, las diferencias, y por qué no también: las antipatías. El ejercicio de pertenecer a y actuar en una red social, ha cambiado la manera de razonar y afirmar las convicciones de quienes participan en ellas, moldeándolas y a veces cambiándolas intempestivamente, día a día, reduciendo a un muy pequeño lapso de tiempo, aquél que se invierte a la reflexión previo al acto de externar lo que se piensa.
Ahora bien, durante la semana que se fue, la visita oficial del candidato republicano a la presidencia de los Estados Unidos generó el gran escozor y rabia que se transmitió en la extensión de la provincia digital mexicana; millones de personas renunciaron a su nacionalidad, cientos de miles más exigieron por centésima vez la renuncia del Presidente de la República y varios liderazgos emanados de diferentes sectores alzaron la voz, intentando replicar los actos centroeuropeos de la década del 60. Evidentemente, dada la masificación de esta discusión, no pude mantenerme al margen de ésta y además de haber conversado sobre la “crisis diplomática” o “error histórico”, me dispuse a interpretar el escarnio al que condenaron al hombre Peña Nieto y decidí hilar —subjetivamente— el comportamiento público del ente Trump y sus nacionalistas detractores.
De entrada, obviaré la realidad diciendo que el candidato republicano encarna fehacientemente el arquetipo del bravucón o buscapleitos; esta clase de individuos con los que convivimos durante toda nuestras vidas, son seres que irracionalmente buscan “ganar” o “dominar” mediante ataques, ofensas, mentiras e insultos, y éstos logran sus objetivos al destruir la tolerancia y la paciencia de sus interlocutores. El bravucón triunfa y gana notoriedad en el momento en que recibe de vuelta algún improperio y se pavonea ante sus símiles mostrando como trofeo la imagen del interlocutor descompuesto que se ha rendido ante sus provocaciones. En esta “realidad sociopolítica” no sólo el electorado hispano que radica en los Estados Unidos ha “perdido” en su diálogo en contra del hombre Trump sino también el resto de los mexicanos que han dado seguimiento a sus declaraciones y quienes ingenuamente las han replicado, dando así una difusión inmerecida a las ignominias que profiere el histrión republicano. Históricamente, sin importar el nivel de poder que haya detentado un bravucón, la única solución para confrontarle correctamente ha sido el ignorarle; la vida del bravucón y de sus palabras es proporcional a la atención o al público que activamente las reciba; sigo muy sorprendido y decepcionado por el hecho de que gran parte de la población mexicana le compró el pleito al actor estadounidense. Lo que desde mi punto de vista no percibe toda esta gente que siente rabia y odio hacia este particular fenómeno mediático —algo así como el que se enoja con los personajes de los videojuegos, cine o literatura— es que los dominados han sido ellos puesto que el actor Trump los ha dejado donde él quería —incluyendo a quien redacta—: hablando sobre él y dándole vida política. Contra los bravucones nunca se gana, siempre se pierde.
Si bien se está a escasos meses para que se realicen los comicios presidenciales en Estados Unidos, aún creo hay tiempo para rectificar la posición pública que ante el fenómeno plástico que ha encarnado Donald Trump —y que puede resurgir en cualquier otra época— se ha asumido desde la mayoría de las “trincheras” nacionales. Pienso que aún hay mucho por aprender y la sociedad mexicana debe trabajar mucho para alcanzar una cultura del diálogo aceptable, hasta entonces, sólo nos queda observar y escuchar.