Fuerza sin Poder; Poder sin Fuerza

Los Tigres de Arena

21 de noviembre del 2016

“Fuerza sin Poder; Poder sin Fuerza”.

“…las figuras en el Poder que buscan la presidencia no tienen la fuerza ni la legitimidad para promover la concordia entre los habitantes de este país.”

En diferentes etapas de mi vida, con diferentes niveles de madurez —emocional e intelectual—, con diversos estadios desde los cuales entender las relaciones humanas, en particular aquellos que se desarrollan en una estructura de organización —sea ésta privada o pública—, he dedicado bastantes horas a la reflexión en torno a la evolución que han tenido los liderazgos políticos a nivel estatal y nacional durante los últimos 12 años. A pesar de haber vivido casi ya dos décadas del anhelado futuro soñado por la generación revolucionaria y estudiantil —ese futuro que no permite aún distinguir entre una y otra “época”—, he conseguido discernir algunas nociones que hoy me mantienen al margen del fervor o de sentir simpatía alguna hacia una figura política sin importar su nivel político o jerárquico.

Primeramente, hago retrospectiva, y puedo decir que “he visto pasar” 4 presidentes de la república, 8 gobernadores (Michoacán) y creo que a 4 presidentes municipales (Morelia). Este grupo selecto de personas, a las cuales he interpretado a varias distancias, han sido responsables del devenir económico y cultural de millones de personas; algunas, con carreras destacables y logros que permanecen; otras, deleznables mas interesantes como objeto de estudio para buscar a través de alguna “ciencia humana”, el impulso que los llevó a ocupar lugares de tan alta responsabilidad y que exigen una preparación muy especial. Como rasgo en común, estos personajes en sus carreras tuvieron —la mayoría de ellos— la gran fortuna de dejar “varados” a los mejores “especímenes” de su tiempo en la lucha por el Poder, varios de estos personajes lograron deshacerse de personas más inteligentes, más capaces, y tal vez, más honestas y leales, para obtener la oportunidad de ejercer el poder público y buscar probablemente un reconocimiento efímero de sus coetáneos. Asimismo, los miembros de esta “élite” lograron legitimarse mediante acuerdos y pactos entre diferentes corrientes políticas y grupos de gran influencia financiera, mermando su capacidad de ejercicio, pues siempre antepusieron los compromisos de unos pocos a los de la población que los eligió. Así, cíclicamente viene sucediendo cada 3 o 6 años, sin cambiar los colores, los discursos, y mucho menos la calidad de los aspirantes a hacer una vida a partir del servicio público.

En esta “cíclica” realidad política una vez más el ciudadano mexicano promedio comienza a escuchar voces y a eludir la saturación producida por los actores políticos emanados del sistema partidista; esos actores, que a partir de sus propios dichos, son los rostros de la nueva generación y quienes materializarán los idilios de prosperidad esbozados por los ideólogos de este país. Sin embargo, a diferencia de otros ciclos políticos, en el umbral del que está próximo a abrirse, vemos que en la clase política se “adolece” de liderazgos prominentes que se perfilen para llevar sobre sí el destino de México. En ninguno de los partidos políticos existe —desde mi percepción— un solo militante destacado que cubra el perfil que asumirá los retos que debe enfrentar el país a nivel interno y externo. Pero esto, ¿acaso es resultado de la coyuntura reciente?, desde luego que no; que la generación que ahora está en vías de recibir la responsabilidad de llevar el orden social no haya llegado con un nivel aceptable, no es sólo por causa de la falta de visión de los partidos políticos, sino también es consecuencia de la nula cultura política y democrática que se ha tenido. De un día para otro, siempre se espera que emerjan las figuras mesiánicas que habrán de sacar adelante a este pueblo que no acaba de configurar su identidad ni su pasado.

Históricamente, aquellos personajes que han aspirado a convertirse en presidente de la república han venido de desempeñar cargos como secretarios federales, esto, tras haber formado la mayoría de ellos carreras desde la base del sistema político y conociendo casi en su totalidad el funcionamiento de los poderes legislativo y ejecutivo. Sumado a esta condición, los ex presidentes forjaron previo a su ungimiento redes y equipos de trabajo que permitieron cubrir la totalidad del territorio. Ver hoy que una generación de “políticos jóvenes” —o bien podrían ser viejos, da lo mismo— pretenda intuitivamente sacar adelante a 120 millones de mexicanos es más que irrisorio. De igual forma, ninguno de los aspirantes veo que tenga la fuerza, la legitimidad, ni mucho menos la simpatía de una mayoría notoria como para realmente contender por la presidencia.

La construcción de las figuras de Poder lleva mucho tiempo y circunstancias no previstas en su desarrollo; si algo me ha quedado claro al menos durante los últimos diez años, es, que las improvisaciones en el ámbito político sólo llevan a desastres. Agrade o no, el servicio público como el militar tiene justificada su estructuración y sus mecanismos de ascenso. Aún y cuando existan situaciones atípicas en las que gente ajena a este ámbito logran triunfar para acceder a un alto cargo, son muy pocas las que arriban con el sentido común y el equilibrio necesarios para sacar adelante sus obligaciones. En conclusión, las figuras en el Poder que buscan la presidencia no tienen la fuerza ni la legitimidad para promover la concordia entre los habitantes de este país y cuyos niveles de tolerancia han descendido como nunca antes.

Existen allá afuera centenares de actores políticos que creen tener la fuerza y la presencia suficiente por sí mismos como para en cualquier momento ocupar cargos como gubernaturas o senadurías, empero, la realidad política dicta que seguirán sin volver los tiempos de los grandes oradores y los estadistas. La ausencia de “fuerza” en los entes que desean ejercer el poder público marcará el destino de esta generación, y, como siempre, habremos de seguir a la espera de una que no sienta temores ni inseguridades por dirigir símiles.