1) “Nos afanamos por conquistar las cosas sin pensar, en el ahínco, que jamás estarán seguras, que rara vez perseveran y son siempre susceptibles de pérdida, nada está nunca ganado eternamente, a menudo libramos batallas o urdimos maquinaciones o contamos mentiras, incurrimos en bajezas o cometemos traiciones o propiciamos crímenes sin recordar que lo que obtengamos puede no ser duradero (es un viejísimo defecto de todos, ver como final el presente y olvidar que es transitorio, por fuerza y desesperantemente), y que las batallas y maquinaciones, las mentiras y bajezas y traiciones y crímenes se nos aparecerán como baldíos una vez anulado o agotado su efecto, o aún peor, como superfluos: nada habría sido diferente si nos los hubiéramos ahorrado, cuánto denuedo inservible, qué malgasto y desperdicio. Nos guiamos por la malvada prisa y nos entregamos a la venenosa impaciencia, como le oí decir en una ocasión a Muriel, sin saber si citaba a alguien. No alcanzamos a ver más allá del mañana y lo vemos como el término del tiempo, lo mismo que si fuéramos niños de corta edad, que creen que la momentánea ausencia de la madre es definitiva e irreversible, un abandono en toda regla; que si “que si tienen hambre o sed y no les ponen inmediato remedio las padecerán ya para siempre; que si se hacen un rasguño ese dolor no acabará nunca, ni siquiera adivinan la costra; que si se sienten protegidos y a resguardo eso no sufrirá variaciones durante el resto de su vida, el cual tan sólo conciben de día en día o de hora en hora o de cinco en cinco minutos. No cambiamos mucho, en ese aspecto, cuando somos adultos, ni cuando somos viejos y ese resto se acorta. El pasado no cuenta, es tiempo expirado y negado, es tiempo de error o de ingenuidad e insipiencia y acaba por ser tiempo digno de lástima, lo que lo invalida y envuelve es a la postre esta idea: «Qué poco sabíamos, qué tontos fuimos, qué inocentes, ignorábamos lo que nos aguardaba y ahora estamos al tanto». Y en ese saber de ahora somos incapaces de tener en cuenta que mañana sabremos otra cosa distinta y el hoy nos parecerá igual de tonto que el ayer y el anteayer y que el día en que nos arrojaron al mundo, o quizá fue en plena noche bajo esa luna desdeñosa y harta “Vamos de engaño en engaño y no nos engañamos al respecto, y aun así, a cada instante, el último lo damos por cierto.”
2)“Así empieza lo malo y lo peor queda atrás», eso es lo que dice la cita de Shakespeare que Muriel había parafraseado para referirse al beneficio o la conveniencia, al perjuicio comparativamente menor, de renunciar a saber lo que no se puede saber, de sustraerse al vaivén de lo que se nos va contando a lo largo de la vida entera, y es tanto más que lo que vivimos y presenciamos y aun esto nos parece a veces contado, a medida que se nos aleja con el transcurrir del tiempo y se tizna, o se nos difumina con el tictac de los días o se nos empaña; a medida que las lunas le arrojan su vaho y los años su polvo, y no es que entonces empecemos a dudar de su existencia (aunque en ocasiones sí lleguemos a hacerlo), sino que pierde su colorido y sus magnitudes se empequeñecen. Lo que importó ya no importa o muy poco, y para ese poco hay que hacer un esfuerzo; lo que resultó crucial se revela indiferente, y aquello que nos desgarró la vida se nos aparece como una niñería, una exageración, una tontería.”