Conclusiones personales sobre Memorias de Adriano

Conclusión personal sobre Memorias de Adriano.

(Originalmente, un mensaje de texto.)

Concluí Memorias de Adriano.

Hace unos meses, tuve una conversación con un buen amigo cubano radicado en NY que tiene estudios de maestría en Letras por la universidad de esta ciudad, y discutimos durante horas respecto de la “sustancia” que da existencia al “arte” en cualquiera de sus modalidades. Obtuso yo en aquella noche, intenté justificar ingenuamente mi debilidad por la prosa “intelectual” -de Marías y Benet-; empero, mi amigo Víctor Manuel me terminó dando una clase magistral sobre lo que “mueve” a un artista y lo que aviva su llama creacionista.

Precisamente al transmitirme la noción de ese “qué” -puesto que no era explicable-, me di cuenta que había entre mi ser y las obras que supuestamente yo admiraba una barrera que no me permitía asimilarlas por completo.

Para no hacer cansina esta narración, Victor me dejó “en claro” que las grandes obras artísticas compartían el contener en sí mismas no sólo el conjunto de emociones y sensaciones de un autor sino el relato vital de un espíritu que aspira a perpetuarse en una ficción. Dominador y conocedor de la cultura clásica, aquella noche Víctor me arrastró y dio vuelta de tal manera que hasta apenas hace una media hora logré -supuestamente- sentir y entender lo que antes me estaba vedado.

Todo este preámbulo no es más que el anuncio de un par de conclusiones.

Haber leído Memorias de Adriano me ha marcado, ello no está sujeto a discusión. He comprendido que las obras del hombre y su enlazamiento temporal trascienden cualquier intento de abstracción u ordenamiento; el que una mujer nacida en Bélgica reencarne en un emperador romano -ojo, no erro en las palabras- no puede ser objeto de ciencia alguna. La reconstrucción literaria de las últimas reflexiones de un hombre en el ocaso de su mundo es un acto casi divino; las horas que dura el viaje temporal mientras uno lee al Adriano encarnado en sueño -o el sueño encarnado en Adriano (?)- se convierten en extraños tesoros que nos hacen añorar una época a la que secretamente fingimos haber pertenecido.

Qué me une a Adriano? Qué me une a la sombra de un hombre cuyo espejismo sólo nos llegó por fragmentos? Qué me une a una mujer belga que refundó la cultura aislada en su propio laberinto? Tras leer las Memorias me entusiasmo infantilmente en pensar que sus vivencias, anécdotas y percepción de las escenas que pude recrear me dan acceso a la misma patria a la que pertenecieron Adriano y Yourcenar: no la de los libros y la del mundo contenido en ellos sino la patria a la que se puede accesar gracias al intelecto, que tan inmarcesible como extrañamente fugaz, se obstina en esbozar una creación que ha atestiguado las vivencias, el amor y la conmoción de un hombre por la grandeza del avenir.

Esa unión es la que creo por fin he sentido hoy espero no perderla, es muy grata y dichosa.

Alexis Théus