Los Tigres de Arena
El Enemigo Imaginario
“Por favor, respóndanme, ¿ahora quién es mi enemigo?”
Umberto Eco, hace unos cinco años aproximadamente, trabajó con una tesis en la cual planteaba la “necesidad” que tiene una sociedad o un pueblo de contar con enemigos. En las primeras páginas de “Construir al Enemigo” (Bompiani, 2011 / Lumen 2012), Eco expresaba: Tener un enemigo es importante no sólo para definir nuestra identidad, sino también para procurarnos un obstáculo respecto al cual medir nuestro sistema de valores y mostrar, al encararlo, nuestro valor. Por lo tanto, cuando el enemigo no existe, es preciso construirlo. Afortunadamente, para quienes no son ávidos lectores de los ensayos eruditos, Eco logró también un gran trabajo trasladando al campo de la Literatura esta tesis con su exitosa novela epistolar “El Cementerio de Praga”; recomiendo la lectura de sendas obras para el efecto de profundizar en la idea que hoy inspira esta columna.
“Enemigo”, “enemy/foe”, “ennemi”, “nemico”, “inimicus” y “der Feind” son los sustantivos que en sus respectivas culturas designan al ente a que se tiene aversión y el que se contrapone a nuestros intereses. El conflicto con El Otro, el conflicto del hombre con sus semejantes y consigo mismo ha sido según algunas escuelas filosóficas el motor de la historia; no obstante, hoy día, en la época que considero como la más “prolífica” o “brillante” de la Historia moderna –sin retratarme ingenuamente en un Cándido— me distrae y enturbia lo que observo en el comportamiento de las masas, específicamente, en la forma de actuar de la “jamás silenciada”, “despierta” y sobre todo “progresista” nueva sociedad mexicana que desde hace ya varios años está enredada y empantanada en un ejercicio de descalificación y agresión hacia un enemigo, que me temo, no existe y no existirá.
La pandemia de improperios y diatribas que todos los días se ven en las redes sociales o se escuchan en las calles, sí, tal vez sean un parámetro para asumir que la sociedad está inconforme; empero, se ha llegado a un nivel absurdo que equipara las innumerables sentencias y críticas de la “voz del pueblo” al rumor que se escucharía en una avenida congestionada a las dos de la tarde en cualquier urbe de este país. Pero, me pregunto: ¿por qué tanta insatisfacción?, ¿por qué tanto odio?, ¿por qué tanta tirria originada desde nuestros personales deseos insatisfechos? Antes, las generaciones de nuestros padres y abuelos confrontaron auténticamente a figuras y situaciones que atentaban contra su integridad; hoy, afortunadamente no hemos sufrido un solo conflicto que haya marcado nuestra ideología o modificado la visión de nuestra comunidad. Por eso, no logro explicarme ni abstraer las consecuencias graves que el ocio y la orfandad intelectual han producido en esta clase de personas tan “despiertas” y contestatarias.
Durante el siglo XX, el hombre contemporáneo —en la realidad y la ficción— enfrentó a Dios, a la Autoridad, al Poder y a sí mismo. En el siglo XXI, el hombre contemporáneo combate sus ficciones, sus fantasías y sus mentiras. Es irrisorio que viviendo en un momento en el cual se ha reducido considerablemente el riesgo de sufrir tragedias o crisis “externas”, este grupúsculo de entes siga promoviendo la desidia, contagiando la disidencia y tergiversando la interpretación de la realidad. Este “Síndrome Sartre” que se ha apoderado de un pequeño sector de la población lo coloca en una ingenua dinámica en la que semana a semana se hace de la tragedia del día un “Mayo del 68” cuya difusión —por fortuna— no supera los vasos comunicantes al alcance de quienes intentan cohesionar travistiendo la violencia.
Personalmente, mi hastío no es profundo, mucho menos puedo hablar de molestia o sentir rencor, no obstante la fatiga que genera el ver el tiempo que invierte esta gente en agredir y zaherir secuencialmente a las figuras públicas en turno. Tengo más de quince años sin compartir la insatisfacción colectiva y mucho menos comparto el estilo de “hacer política” por conducto del insulto, la amenaza, el llanto y la victimización. El día que tenga que “alzar la voz” o sostener mis convicciones, me dirigiré a título personal y escribiendo el nombre y apellido del destinatario de mis juicios, al menos así me enseñaron en la Facultad de Derecho de la UMSNH y así lo aprendí de mis maestros y amigos.
Nuestra generación tiene el gran reto de responsabilizarse de sus dichos y sus palabras; si no supera este mal, desde ahora se está condenando a no ver su huella por este mundo. Transformemos y aprovechemos este tiempo para admirarnos mutuamente y crecer; como espejos que somos, reflejemos luz, y que ésta jamás se extinga.
Martes 16 de febrero del 2016.