Los Tigres de Arena1 de marzo del 2016
“Por la jodida envidia.”
“Hace más de una década que la mayor debilidad de los gobernadores en Michoacán radica en su paupérrimo desenvolvimiento retórico y oral.”
Desde el auge de las teorías estructuralistas en los años sesenta, el estudio del discurso y el análisis de las palabras –principalmente en el ámbito de la oralidad– ha producido muy interesantes trabajos y tesis que han obligado al hombre a ser más cuidadoso de su deseo por autenticidad al momento de dirigirse a sus semejantes. En la primera entrega de esta columna, de manera genérica, recordé la importancia de retomar los estudios de la Retórica y la Oratoria, especialmente para aquellos que desean convertirse en entes políticos y figuras públicas. La razón de retomar este tópico, deriva de lo que he escuchado durante los últimos meses: esporádicas declaraciones pronunciadas por el actual Gobernador de Michoacán, que me han obligado a retirarme a una “sana distancia” desde la cual generar algunas conclusiones objetivas sobre este asunto.
Primeramente, recuerdo lo expresado durante una entrevista televisiva, donde el ciudadano Gobernador pronunció “por una jodida placa…”, en alusión a la polémica –aún no resuelta– del reemplacamiento. En una segunda evocación, esta semana leo que ha declarado en relación a la visita de la cantante Belinda: “la neta, noto una carga de envidia…”; una frase que muestra el aire de juventud y espíritu estudiantil del depositario del Poder Ejecutivo del Estado de Michoacán. Quienes han invertido parte de su formación en estudiar el Lenguaje saben que existen tres niveles de éste: coloquial, estándar y culto; evidentemente, el Gobernador de Michoacán –bien o mal asesorado– se está inclinando cada vez más en llegar a los michoacanos aparentando un aire “familiar”.
Ningún nivel es mejor o peor que otro; cada uno atiende a escenarios e interlocutores diversos, de hecho, nuestra lengua materna evoluciona y cambia constantemente gracias a las innovaciones que emanan de los diálogos que se desarrollan diariamente bajo las “reglas” que distinguen a estas tres categorías. Mi observación o “crítica” en esta ocasión, se circunscribe a aprender de estas falencias comunicacionales. ¿Por qué? Porque en este caso, quien sea que desempeñe un cargo público, debe ser consciente del alcance e impacto de cada una de sus sentencias o afirmaciones; el estilo y la forma de expresarse, sin importar lo que se externe cuando uno es un ente público, convierte sus ideas en argumentos de autoridad. Sí, habrá quien los debata y refute, empero, se debe tener en mente la existencia de un sector de la población que da por hecho que esa es una manera “correcta” de manifestarse, y, que al ser interpretada como “correcta”, entonces puede y debe replicarse durante cualquier interacción dialógica.
Entiendo que un particular elemento de cohesión en nuestro país es ese “mexicanismo” lingüístico que se comparte en la extensión territorial de México, inclusive, recientemente la Academia Mexicana de la Lengua anunció la publicación de la segunda edición del interesantísimo y peculiar “Diccionario de Mexicanismos”, donde investigadores y especialistas asentaron la mayoría de las expresiones y palabras que sólo los mexicanos entendemos. También, esta semana Guillermo Sheridan, en su Minutario publicado por Letras Libres, irónicamente dio su análisis y redactó un breve estudio en torno al infame episodio protagonizado por el Licenciado Raúl Libién y el uso de la polisémica palabra que comienza con la letra “V”.
A qué quiero llegar; no podría juzgar moralmente la manera de comunicarse de una persona, el lenguaje es parte de nuestra identidad, no es bueno ni malo, sólo es. Según las diferentes facetas y roles que cumplimos en la vida diaria, considero debemos prestar atención a no ser parcos ni mezquinos al expresar nuestras ideas, tampoco, irse al extremo de convertir una charla nimia de viernes por la noche en un coloquio de filosofía; carecer de sensibilidad lingüística puede aislarnos de nuestros contemporáneos y de nuestros seres queridos.
Nuestra sociedad aún se define a sí misma a partir de la palabra viva, por ello, no podemos desdeñarla ni descuidarla; sus límites marcan los del mundo (parafraseando la popular cita wittgensteiniana), expandamos esos límites y distanciémonos de las desgastadas figuras políticas que han quedado prisioneras en la pobre y vacía morada de su Lenguaje.
@eisenbismarck