Tigres de Arena
“Yo, (no) quiero ser Presidente.
01 de agosto del 2016
“En el umbral de lo que muchos consideran ya la “carrera presidencial” en México, por primera vez en mucho tiempo se encuentra el electorado ante el desolador panorama de carecer de figuras que representen cabalmente los intereses de una generación.”
Recuerdo que hace unos 18 años, cuando aún cursaba la primaria, existían en los programas anuales las materias como “civismo” o “cívica y ética”, donde se inculcaba a los alumnos el sentido de la justicia, el honor, la honestidad y las formas del buen vivir en sociedad, mediante una exposición sencilla sobre lo que para un niño deben de ser los derechos humanos y la ley, sumado a un sin fin de historias y anécdotas relacionadas a la independencia de México, y las cuales debían evocar una sentido de trascendencia en quienes las escuchaban. Con unas cuantas nociones sobre lo que era la libertad, la justicia y la honestidad, uno a muy temprana edad podía aspirar a soñar con devenir un día en ser un servidor publico ejemplar, imaginando la posibilidad de ser diputado, juez o presidente municipal, o, en el mejor de los casos, ser el Presidente de la República. Se soñaba a esa edad con ello porque se tenía un arquetipo respecto de lo que cualquier ciudadano podía conseguir si se mantenía en el camino de la rectitud y el respeto a la vida, sin embargo, por causa de los notorios e interminables errores de cientos de miles de entes que han tenido la oportunidad de ejercer algún cargo, la concepción popular que se tiene del servidor público —y en especial del Presidente de la República— ha alcanzado niveles de rechazo y repudio críticos, empujando a las personas a alejarse de los asuntos del Estado y favoreciendo la llegada de leguleyos, sofistas y bribones a los encargos de mayor responsabilidad de nuestro sistema político.
En el umbral de lo que muchos consideran ya la “carrera presidencial” en México, por primera vez en mucho tiempo se encuentra el electorado ante el desolador panorama de carecer de figuras que representen cabalmente los intereses de una generación. Hoy, no existe una figura política prominente en México que logre ser un elemento de cohesión para los diferentes sectores que cohabitan en este país. De hecho, en menos de 20 años, el ciudadano común lo último que desea es convertirse en depositario de los intereses de quienes le rodean; rechaza ser responsable de aquello que no le pertenece y mucho menos tiene ímpetu ni la pasión para actuar o dar la cara por terceros. Esto, no lo hace por egoísmo ni por indolencia, mucho menos por ruin, simplemente se ha dado cuenta que no necesita preocuparse de “esos temas” para tener una buena vida. Por ello, se decanta por desenvolverse en un ámbito discreto y deja para otros el participar en la esfera pública.
Aunque faltan aún dos años para decidir quién será el próximo Presidente de México, se viven tiempos en que el apasionamiento y el entusiasmo burdo con el que militantes y politólogos sólo originan molestia y disgusto entre los potenciales votantes que decidirán el avenir político de miles de arribistas. Nadie quiere ser Presidente de México porque la estructura política heredada ya no permite gobernar y sólo estamos viviendo para atestiguar escenarios en los que las leyes darwinianas pasan por ficción, escenarios donde la peor ralea de nuestra sociedad se ha abierto paso y comienza a controlar los instrumentos de poder.
Sean o no tiempos tan oscuros, ojalá allí afuera estén alistándose aquéllos que equilibrarán esta balanza, la cual por ahora carga en uno de sus brazos con los personajes más funestos que el sistema ha arrojado. Se tenga o no afinidad por el ejercicio político, se quiera o no ser actor político, la sociedad debe regresar a pensar, inventar y crear sus líderes; aún hay tiempo para proyectar nuestros idilios y nuestras convicciones con miras a encontrar por fin a alguien que esté a la altura de nuestra historia.