Revolución y Claudicación

Tigres de Arena
“Revolución y Claudicación”
09 de Enero del 2017

Como una constante del actual sexenio, las legiones de revolucionarios y defensores de la libertad —mismos que llevan un decenio combatiendo cibernéticamente al régimen en turno— se han volcado una vez más a deponer al actual mandatario de nuestro país, aparentemente, por causa de las medidas tomadas para liberalizar el precio de la gasolina. Tras anunciarse esta medida, los “expertos” dedicados al estudio del fenómeno político-económico inundaron con inusitada rapidez el microcosmos de las redes sociales con sus brillantes tesis sobre lo que el Gobierno de la República debería estar haciendo, aunado a esto, tendenciosamente se difundieron a la par —por enésima vez— llamamientos a la “disidencia pacífica” y al “despertar social”.
Personalmente, nunca he hecho mucho caso a la realidad que muestran las redes sociales, por ende, rara vez me distraigo en discutir o debatir lo que debería de imperar socialmente en México; sin embargo, en esta ocasión sí decidí detenerme, puesto que el contenido de los pocos mensajes y exhortos que me permití abstraer francamente me decepcionaron y me “motivaron” a ser empático con el inconforme y “despierto” promedio.
En primer lugar, me impresiona ver la cantidad de gente que fervorosamente se adhiere a estos llamados y que busca “poner su granito de arena” difundiendo tanto noticias falsas como presuntos eventos o sucesos “censurados” por el régimen. A diario, la saturación con imágenes y sonidos alusivos a la imaginaria “revolución silenciosa” colapsa los espacios de las diversas plataformas de convivencia virtual; ello, ha provocado que las minorías compuestas por los usuarios interesados sólo en ponerse en contacto con algún familiar o amigo, prefieran abandonar la utilización de estas herramientas y regresen a los viejos medios de comunicación privados.
Por otro lado, decenas de miles de personajes que se dicen apolíticos y ajenos al ejercicio del poder público están ahora concentrados en la producción de mensajes “virales”, incitando a una “primavera mexicana” cuando no hay condiciones ni existe un contexto análogo al de los movimientos acaecidos en el Medio Oriente. De hecho, más allá de todos los males que sus detractores le adjudiquen al Partido Revolucionario Institucional, los llamados a la disidencia y al “despertar” de una sociedad que se dice está reprimida —en este caso por lo menos— representan desde mi perspectiva ataques en contra de las formas democráticas de organización. No se debe olvidar que toda revolución en realidad es una regresión a un estadio ya superado. Insisto, no es en este momento sino en el de las elecciones en el que todo ese cúmulo de sueños, pasiones, indignaciones o bien frustraciones deben manifestarse y motivar a que de verdad una mayoría elija a su clase gobernante. Desgraciadamente en México se sigue permitiendo el arribo al ejercicio del poder por principio de exclusión y no de legitimación; aunque duela, se debe reconocer que todos somos en algo culpables por haber desdeñado la posibilidad de formar gobernantes a la altura de nuestras expectativas. De acuerdo a mi lectura de la realidad, yo no creo que este PRI se pueda comparar al de los años setenta o al del 88, de hecho, creo que los “jóvenes” que encabezan el gobierno federal se han dado cuenta —tardíamente— que la República Mexicana representa un fenómeno mucho más complejo que las pequeñas entidades que controlaban; al final, la realidad de esta nación les alcanzó y les rebasó.
Por último, debo reiterar mi inconformidad para con mis cogeneracionales —y como he hecho en anteriores entregas—-, pues, es de llamar la atención la postura de la generación “Y”, ya que ésta se aferra a salvar su oscura década perdida participando de esta engañosa oportunidad que ofrece reconfigurar el sistema político vigente. Encuentro penoso que las ilusiones adánicas sesguen el juicio de este colectivo, su falta de identidad y de arraigo le mantienen como un sector muy manipulable. Esta generación tiene aún como gran reto el aceptar la agonía de descubrirse finitos, inauténticos e intrascendentes, así como aceptar que no se puede escribir la Historia deseando no pertenecer a ella. De no abandonar su minoría de edad, esta generación está lista para dejar un hueco en el curso de la modernidad, ojalá que no suceda así.