“Liderazgos y hartazgos”

Tigres de Arena

“Liderazgos y hartazgos”

19 de septiembre del 2016

Este fin de semana en la extensión territorial del país se vivieron festividades dignas de la efeméride que año con año recuerda a las diferentes generaciones el evento capital que dio origen al modelo político y de gobierno que actualmente nos rige. En lo que alcancé a captar en los medios de comunicación y en las redes sociales, —manipulados o no— fueron las postales de concordia y buen ambiente salvo por las manifestaciones desarrolladas en la Ciudad de México donde miles de personas —de aparente juventud— pidieron de manera pacífica la renuncia del Presidente de la República.

Primeramente, me pareció admirable la capacidad de organización y de aprovechamiento de las redes sociales para convocar y coordinar a los millares de personas que se dieron cita en Paseo de la Reforma y que realizaron un recorrido hacia el Zócalo de la capital. Para fortuna de los manifestantes, su protesta se desenvolvió en un ambiente “tranquilo” y más allá de los fuertes dispositivos de seguridad, descartaron provocar un enfrentamiento entre los civiles y la fuerza pública. Durante la cobertura mediática de estos eventos, la prensa nacional e internacional mostró algunas imágenes y videos, así como entrevistas en las cuales la gente externaba su disgusto y repudio hacia la figura presidencial, sin embargo, no escuché en éstas una sola opinión lo suficientemente sólida como para justificar la renuncia del Presidente o la necesidad de destruir y reconstruir la administración pública federal. Sí, existe un hartazgo generalizado —no sé si justificado pero lo hay— pero no debe seguir la masa crítica lo que le dicte el apasionamiento para provocar determinados efectos políticos. De hecho, encuentro cierto paralelismo en cuanto al fervor con el que se confronta el ciudadano común a la clase política con el del aficionado a un club de fútbol que padece de una mala racha deportiva. Después de 4 años y tras arrepentirse de su pasividad política, este sector de mexicanos opta por la cómoda opción de deshacer y volver a empezar, opta por una medida “revolucionaria” que implica retroceder e intentar fallidamente replicar un ficcional estado de plenitud y tranquilidad. En la vorágine de estos apasionamientos, más de un vivillo ya ha querido tomar protagonismo y postular la figura de la “revocación de mandato” como la gran solución que el pueblo necesita para tener control sobre la clase gobernante. Desafortunadamente, desde mi perspectiva la sociedad mexicana aún se encuentra muy lejos del estadio de madurez en el que sepa y pueda manejar la ejecución de una figura como la antes mencionada, por lo menos yo veo que tendrán que pasar entre 20 y 30 años para que los habitantes de este país tengan la madurez deponer a un mandatario.

Venga de quien venga, cuando se propone la disidencia y los levantamientos pacíficos como vía para cambiar las acciones de gobierno, siempre hay sospechar de la manipulación de algún grupo externo y de la ingenuidad de quienes lo proponen. Asimismo, creo que el ciudadano debe tener el carácter para aceptar sus decisiones y ser responsable de su comportamiento político; como lo dije en otra ocasión, tiene que ser antes y no después de haber elegido a un gobernante cuando se deben lanzar las críticas y los cuestionamientos. También, el ciudadano común tendrá que eludir los arrepentimientos que deterioren la relación hombre-fenómeno político, uno no puede ir por la vida avanzando y reculando pues se termina por llegar a ninguna parte.

Allende los cismas que se buscaron generar y la inconformidad y hastío que se vive a diario en este país, me dio gusto ver que aún se pudo llevar a cabo esta celebración que se mantiene como el pilar de la identidad mexicana. Exista o no esta crisis de liderazgos en nuestro tiempo, felizmente siempre regresan los nombres de quienes en condiciones muy adversas lograrnos dar una nación, que su ejemplo recuerde a los cegados por la rabia que hay luchas que se ganan con inteligencia y coraje y no con llanto y apatía.

“La libertad de insultar”

Tigres de Arena
12 de Septiembre del 2016
“La libertad de insultar”

“…la masa crítica en México sigue padeciendo de cierta inmadurez que le impide llegar a “armar” argumentos concretos y contundentes mediante los cuales generen cambios en la manera de ejercer el Poder público.”

Transcurrida la semana en que mediáticas tragedias sacudieron a la población mexicana, quedó una vez más demostrado la inestabilidad emocional del ciudadano promedio, así como su inmadura postura para atender o pronunciarse respecto a asuntos públicos.
El problema no fue concluir unánimemente que fue un craso error haber invitado a Donald Trump a México, ni mucho menos el haber escuchado a cientos de miles de expertos en política exterior y de corte ultra-nacionalista apelar a un sentimiento de repudio hacia un personaje de ficción como lo es el candidato republicano. El problema y la decepción —personal— vinieron cuando se desataron un sinnúmero de vergonzosas protestas —con la excusa de ejercer la libertad de expresión— donde profesionales y aficionados de la comunicación se dejaron llevar por una ola de “hipersensibilidad”, la cual les llevó a proferir incontables insultos y calificativos en contra de la figura presidencial. Mientras hubo quien defendió esta reacción justificándola como parte de la cultura del mexicano y medio de “desahogo”, también hubo algunos cuantos que tuvieron cordura y evitaron descender a increpar a quienes defendieran la polémica invitación diplomática. En fin, desde las cantinas hasta las aulas universitarias, el nivel de argumentación y el enfado generalizado produjeron situaciones embarazosas en torno a quienes se sintieron lo suficientemente reaccionarios y revolucionarios para colgarse de esta falla y lucirse ante sus símiles.
Aclaro, el punto aquí no es defender al Presidente o al servidor público en turno que falle y sienta el escarnio ciudadano, por el contrario, en una sociedad libre y democrática se puede ejercer y se debe hacer sentir la molestia y el desacuerdo a la clase política gobernante; sin embargo, la masa crítica en México sigue padeciendo de cierta inmadurez que le impide llegar a “armar” argumentos concretos y contundentes mediante los cuales generen cambios en la manera de ejercer el Poder público. Desgraciadamente, se sigue decantando por la ridícula “mentada de madre” o la “burla” y desde hace varios años resulta que en este país abunda la gente que encarna el arquetipo del líder moral y culto y que además ansia por ser conocido más allá de las fronteras de su patio. Si bien existe una extraordinaria “garantía de libertad de expresión” a nivel constitucional, habría de cuestionarse más bien la supuesta “libertad de insultar” de la cual abusa la gente obcecada y que a su vez contamina y atenta contra la civilidad y la vida cotidiana de los mexicanos.
Finalmente, espero que estas vergonzosas revoluciones comunicacionales que sólo vienen a saturar el ambiente disminuyan lo antes posible; de verdad, lo único que han dejado estas campañas de supuesto odio ha sido hastío y descrédito hacia estas falsas figuras emanadas de los medios de comunicación masiva.

Dialéctica del Bravucón

“Dialéctica del bravucón”

“Contra los bravucones nunca se gana, siempre se pierde.”

Desde la gran apertura del foro mundial que representan las redes sociales, la opinión pública se ha mudado a un microverso extraño donde celebridades, políticos, deportistas, y principalmente, gente común y corriente, se codean y logran convivir allende las pasiones, las simpatías, las diferencias, y por qué no también: las antipatías. El ejercicio de pertenecer a y actuar en una red social, ha cambiado la manera de razonar y afirmar las convicciones de quienes participan en ellas, moldeándolas y a veces cambiándolas intempestivamente, día a día, reduciendo a un muy pequeño lapso de tiempo, aquél que se invierte a la reflexión previo al acto de externar lo que se piensa.

Ahora bien, durante la semana que se fue, la visita oficial del candidato republicano a la presidencia de los Estados Unidos generó el gran escozor y rabia que se transmitió en la extensión de la provincia digital mexicana; millones de personas renunciaron a su nacionalidad, cientos de miles más exigieron por centésima vez la renuncia del Presidente de la República y varios liderazgos emanados de diferentes sectores alzaron la voz, intentando replicar los actos centroeuropeos de la década del 60. Evidentemente, dada la masificación de esta discusión, no pude mantenerme al margen de ésta y además de haber conversado sobre la “crisis diplomática” o “error histórico”, me dispuse a interpretar el escarnio al que condenaron al hombre Peña Nieto y decidí hilar —subjetivamente— el comportamiento público del ente Trump y sus nacionalistas detractores.

De entrada, obviaré la realidad diciendo que el candidato republicano encarna fehacientemente el arquetipo del bravucón o buscapleitos; esta clase de individuos con los que convivimos durante toda nuestras vidas, son seres que irracionalmente buscan “ganar” o “dominar” mediante ataques, ofensas, mentiras e insultos, y éstos logran sus objetivos al destruir la tolerancia y la paciencia de sus interlocutores. El bravucón triunfa y gana notoriedad en el momento en que recibe de vuelta algún improperio y se pavonea ante sus símiles mostrando como trofeo la imagen del interlocutor descompuesto que se ha rendido ante sus provocaciones. En esta “realidad sociopolítica” no sólo el electorado hispano que radica en los Estados Unidos ha “perdido” en su diálogo en contra del hombre Trump sino también el resto de los mexicanos que han dado seguimiento a sus declaraciones y quienes ingenuamente las han replicado, dando así una difusión inmerecida a las ignominias que profiere el histrión republicano. Históricamente, sin importar el nivel de poder que haya detentado un bravucón, la única solución para confrontarle correctamente ha sido el ignorarle; la vida del bravucón y de sus palabras es proporcional a la atención o al público que activamente las reciba; sigo muy sorprendido y decepcionado por el hecho de que gran parte de la población mexicana le compró el pleito al actor estadounidense. Lo que desde mi punto de vista no percibe toda esta gente que siente rabia y odio hacia este particular fenómeno mediático —algo así como el que se enoja con los personajes de los videojuegos, cine o literatura— es que los dominados han sido ellos puesto que el actor Trump los ha dejado donde él quería —incluyendo a quien redacta—: hablando sobre él y dándole vida política. Contra los bravucones nunca se gana, siempre se pierde.

Si bien se está a escasos meses para que se realicen los comicios presidenciales en Estados Unidos, aún creo hay tiempo para rectificar la posición pública que ante el fenómeno plástico que ha encarnado Donald Trump —y que puede resurgir en cualquier otra época— se ha asumido desde la mayoría de las “trincheras” nacionales. Pienso que aún hay mucho por aprender y la sociedad mexicana debe trabajar mucho para alcanzar una cultura del diálogo aceptable, hasta entonces, sólo nos queda observar y escuchar.

Dictadura de la Moralina

Tigres de Arena

29 de Agosto del 2016

“Dictadura de la Moralina”

“…ha de ser antes y no después de elegidos que hemos de cuestionar y criticar a nuestros gobernantes; nosotros como sociedad somos el “filtro” para otorgar y retirar la responsabilidad de ejercer el poder público a nuestros coetáneos”

En menos de 7 días se han prácticamente agotado las consideraciones y las elucubraciones relativas al golpe mediático que efectuó la comunicadora Carmen Aristegui en contra del Presidente de la República, dejando detrás de sí una estela de conclusiones; unas, notables por su nivel de reflexión; otras, implicaron más ruido y saturación, provenientes del movimiento cuyo propósito es pelear contra el “régimen” y la “mafia del poder; lo anterior, sirvió para atestiguar una vez más el comportamiento de los colectivos y del endeble criterio con el que se reciben las polémicas de la clase gobernante.

De entrada, el problema que indignó a la población mexicana bien o mal no es de una complejidad ni de un trasfondo tan nebuloso ya que prácticamente cualquier consciencia fue capaz de interpretarlo y emitir una opinión al respecto; de hecho, en menos de 24 horas ya existía una polarización en la que los bandos se enfocaron en discutir acerca de la inmoralidad y la falta de ética como causales para exigir la dimisión del depositario del poder ejecutivo federal. Esto, generó un sinnúmero de intercambios que me llevaron a hacer una breve retrospectiva vinculada a los soportes argumentales bajo los cuales se ha refugiado un sector de los mexicanos que ejercen a cabalidad su libertad de expresión. Tras descartar las subjetividades, las agresiones, las diatribas y el odio insensato, me encontré con que el argumento de autoridad con el que se daban por terminadas la gran parte de los choques ideológicos, fue el de cuestionar la moralidad de los actos del Presidente así como de sus colaboradores, desechando todo esbozo de planteamiento jurídico o institucional.

Una de las grandes constantes en el posicionamiento político de muchos mexicanos durante este sexenio ha sido el colocarse como una autoridad moral impoluta y superior a la clase política — justificadamente en ocasiones—, sin embargo, si se le exige elevar sus posturas; si se le invita a comprender y debatir nociones éticas, jurídicas o hasta filosóficas o si se le invita sólo a afirmar objetivamente el porqué se debe reprender o enjuiciar a un político —o a cualquier semejante—, la mayoría de las veces uno se decepciona por las parcas y raquíticas respuestas que se reciben, ya que esta gente al final se dispone a disfrazar un mero capricho y se decanta por ignorar —a consciencia— su complicidad en el haber permitido que los elementos más cuestionados de su generación hayan llegado a ocupar posiciones claves en nuestro sistema político.

En este orden de ideas, coincido en lo que apuntó mi buen amigo José Herrera Peña —y lo parafraseo—, ha de ser antes y no después de elegidos que hemos de cuestionar y criticar a nuestros gobernantes; nosotros como sociedad somos el “filtro” para otorgar y retirar la responsabilidad de ejercer el poder público a nuestros coetáneos, no hay secretos ni fórmulas alquímicas para que desde nuestra individualidad modifiquemos nuestra manera de vivir en un Estado. No obstante esto, se continúa obedeciendo a una “lógica visceral” —misma que obedecen los débiles servidores públicos— en la que se somete una decisión al candor de la rabia, la cual termina por sepultar cualquier intento de proyección o visión a largo plazo. Se siguen gustos y sensaciones efímeras mas no nociones de trascendencia ni consagración.

Aún quedan dos años y medio de gestión gubernamental federal y la tolerancia hacia ésta ya se ha agotado, empero, esto no significa que se deba cerrarse el criterio del electorado, las lecciones más enriquecedoras están por venir y hay que estar preparados para no dejarlas ir y así lograr tomar en el futuro próximo la decisión más atinada.

Ambicionado el repudio

Los Tigres de Arena
23 de Agosto del 2016

“Ambicionando el Repudio”

“Hoy se cae en una crisis de identidad ya que no existen más los arquetipos ni los modelos que permitían a uno llevar una vida en comunidad tranquila y civilizada.”

Durante los últimos años en México y en la mayoría de los países latinoamericanos, la figura del “polìtico de profesión” se ha deteriorado bastante, llegando a niveles de desaprobación y desdén críticos, donde los ciudadanos han optado por ignorar el desenvolvimiento de la dimensión pública. En menos de 30 años, en Latinoamérica se ha ido resquebrajando la cultura democrática, al punto de haber invertido el rol social que tenía la clase gobernante, colocándola en el patíbulo donde diario se sacrifica la figura de algún ambicioso actor incapaz de controlar su vanidad y necesidad de reconocimiento.

—¿Qué sucedió? El tipejo ni sumar sabía—; —desde la preparatoria sabíamos todos que no tenía futuro, le augurábamos una muerte repentina o pisar la cárcel antes de graduarnos—; —¿qué dices?, ¿que ya es diputado?, ¿pero en qué momento?—; —sí, lo he visto en algunos carteles en la calle pero jamás pensé que lo lograría… no entiendo, lo mejor que hacía era adular a los políticos de moda y engañar a los alumnos universitarios con gestiones “desinteresadas”—; —¿quién iba a pensarlo?, hace años lo tenía sentado a un lado en el aula copiando en los exámenes y hoy lo veo su fotografía en cada esquina, en cada parada de autobús, en las redes sociales y hablando a través de la radio—; —¿Cuándo dejó de ser el pillo que era? ¿Cuándo lo abandonó la villanía y su perversidad? ¿En qué momento perdí la noción del tiempo y hoy éste ha cambiado a los que fueron?’—, reflexiona uno al ver los rostros de quienes resultan ser conocidos de muchos años y que de un día para otro aparecen en la dimensión pública sonriendo pérfidamente desde fotografías y vídeos que buscan atraer y convencer a quien los interpreta. Vivimos instantes inmersos en el frenesí del deseo por cambiar nuestro destino y nuestros orígenes; cambiar nuestros anhelos y nuestros sueños; cambiar la Historia y a sus actores y redactores y finalmente nos resignamos a aceptar nuestra incapacidad para cambiar al mundo. Al vernos reflejados en esa persona despreciable que de un día para otro se convirtió en un ser inmaculado e intachable, nos alarmamos ante la debilidad de nuestras convicciones. Nos hundimos en nuestra inconsciencia para hallar la explicación que justifique el hecho de encontrarnos súbitamente —en el ámbito político— dominados por aquéllos que durante lustros se afirmaban como lo más deleznable de nuestras comunidades. Hoy se cae en una crisis de identidad ya que no existen más los arquetipos ni los modelos que permitían a uno llevar una vida en comunidad tranquila y civilizada.

Las figuras de autoridad que hoy retratan la mayoría de nuestros contemporáneos y semejantes se aíslan peligrosamente y se desentienden de lo que la realidad social exige de ellos, generando una tensión que a la postre reafirma la casi nula tolerancia que existe para quienes hoy de manera vergonzosa pregonan por un lugar en el sistema político mexicano.

Viendo cómo cogeneracionales sacrifican su dignidad por una fugaz fama y un efímero poder, arribo a un punto de reflexión en el que simplemente no puedo dar crédito a la voraz ambición que muestran las nuevas generaciones de políticos, quienes ya se muestran tranquilamente impávidos e inmunes al repudio que lleva consigo el ocupar un cargo público; el dolor es inexistente cuando el pecunio esconde las fragilidades y los defectos. En fin, este es el reto de mi tiempo, habré de atestiguar las ignominias de quienes han vivido lo mismo que yo y han decidido rendirse ante la tiranía de la obsesión.

Transparente Morbosidad

Los Tigres de Arena

15 de agosto del 2016

“Transparente morbosidad.”

“No obstante esta buena intención, el problema desde hace mucho no es saber qué tienen o no tienen los políticos, el problema sigue siendo la inoperancia de la ley y de las instituciones que tienen como fin el combate a la corrupción.”

La popular “Ley 3 de 3” mediante la cual se impuso a los servidores públicos “abrir” la información relativa a su patrimonio y situación fiscal ha levantado ya mucha arena alrededor de figuras mediáticas y prominentes cuyas carreras políticas han cosechado frutos, principalmente, de índole económico. En la corta historia de la vida democrática de México una de las carreras “profesionales” que más atraen al ciudadano común por su engañosa austeridad —pues todos los mexicanos sin excepción pueden serlo— es la de “político”. “Político” entendido aquí como el funcionario de gobierno o ente que se procura el llegar al ejercicio del poder mediante la búsqueda de una invitación a incorporarse a la administración pública o aquel ente que a través del ejercicio de sus derechos político-electorales aspira a vencer en una contienda electoral, ya sea para ocupar un lugar como legislador o como depositario del poder ejecutivo a nivel estatal o federal. En este sentido, más allá de la seducción que provoca el detentar el Poder y gozar de una posición superior frente a nuestros iguales, en México, para gran parte de sus habitantes, el participar en la dimensión política significa la oportunidad para escalar en la pirámide social. Se trata de un “escalamiento social” puesto que el sueldo y los privilegios económicos a los cuales se acceden siendo servidor público cambian radicalmente —en la mayoría de las ocasiones— a quienes con habilidad se logran incrustar en un anquilosado sistema gubernativo.
En este orden de ideas, recientemente por causa de una iniciativa aparentemente apolítica se reflexionó sobre el problema cultural y jurídico que la corrupción representa para la sociedad mexicana, encontrándose como “brillante” resolutivo, la exposición del patrimonio y del “estado fiscal” de aquéllos que ejercen cargos públicos de relevancia, con la intención de mantener una permanente vigilancia popular sobre el caudal de bienes que un funcionario publico ha de tener y el cual sólo ha de incrementar en relación directamente proporcional a su ingreso fijo. Esto en apariencia suena como algo novedoso y certero en cuanto al combate a la corrupción, sin embargo, yo lo encuentro como exagerado y fuera de contexto, porque la publicidad de las declaraciones patrimoniales y fiscales de los integrantes del Poder Ejecutivo y Legislativo de los tres ordenes de gobierno, así como las fuertes medidas que propusieron en esta iniciativa de ley, no representan al menos para mí una solución efectiva para acabar con la patología que afecta a centenares de individuos que son responsables de una función administrativa. De hecho, esta ley lo único que promueve es una clase de morbo colectivo ya que ahora las personas —incluyendo delincuentes— habrán de conocer las posesiones y dinero que los servidores públicos tienen, bajo el supuesto de que estos hechos públicos y notorios se puedan convertir en eventuales pruebas y “candados”, los cuales condicionarán al servidor público obligado a no valerse del presupuesto público para beneficiarse desmedidamente.
No obstante esta buena intención, el problema desde hace mucho no es saber qué tienen o no tienen los políticos, el problema sigue siendo la inoperancia de la ley y de las instituciones que tienen como fin el combate a la corrupción; es irrisorio que año con año desde la Secretaría de la Función, pasando por la Auditoría Superior de la Federación, hasta las contralorías municipales, la práctica de la fiscalización y la substanciación de procedimientos administrativos sigue rebasada por motivos presupuestales, de capacidad de su personal y políticos.
Si bien no estoy descubriendo el hilo negro con este soliloquio, ya comienzan a darse manifestaciones absurdas con estos actos de pureza derivados de publicitar el patrimonio, “estado fiscal” e intereses, aprovechando más de un astuto por allí para tomarle el pelo a los que están interesados en vigilar que sus servidores públicos sean gente proba y honesta, tal y como se dio esta semana con la declaración que realizó el representante de la izquierda radical mexicana. Sin duda un acto de magia digno del mejor ilusionista, quien aprovechó para mostrarse como un asceta que ha vivido al margen del sistema económico imperante.
Por último, reitero, me parece erróneo el enfoque que se le dio a la estrategia anti-corrupción tanto a través de esta Ley 3 de 3 como del Sistema Anticorrupción, lo único que vislumbro es que no tardaremos mucho en colocar circuitos cerrados en las oficinas y domicilios de Secretarios, Senadores y Presidentes Municipales, porque hasta no sembrarles la paranoia de hacerles sentir observados a todas horas no habremos de conseguir que se acabe la corrupción, emulando a la más cómica de las figuras hierofánicas y creando un condicionamiento similar al de las personas que tienen ligados sus juicios morales a sus dogmas religiosos. Y bueno, suponiendo que así sucederá, habrá que cambiar una vez más los hábitos, transitando de ser una sociedad activa a una voyeurista; es decir, dando un paso más en el decurso evolutivo “a lo mexicano”.

Siempre Shakespeare

Los Tigres de Arena

08 de agosto del 2016

“Siempre Shakespeare”

“¿Pues quién podrá soportar los azotes y las burlas del mundo, la injusticia del tirano, la afrenta del soberbio, la angustia del amor despreciado, la espera del juicio, la arrogancia del poderoso, y la humillación que la virtud recibe de quien es indigno, cuando uno mismo tiene a su alcance el descanso en el filo desnudo del puñal?”, fragmento del monólogo de Hamlet, acto III, escena I.

Afortunadamente esta semana en la Ciudad de México y en el ciberespacio michoacano no acontecieron cosas que me distrajeran o me obligaran a transmitir por esta vía mis opiniones e inconformidades respecto de las muestras que recibo día a día sobre cómo no ha de funcionar un colectivo o cómo han de actuar los simpatizantes de cualquier movimiento social efímero. Gracias a esta tranquilidad mental de la que gocé pude llegar al fin de semana con la concentración suficiente para disfrutar del montaje de “Hamlet” que se presentó en el teatro del Palacio de Bellas Artes, a cargo del Teatro di Roma, dirigida por Andrea Baracco y misma que fue aplaudida y ovacionada por quienes asistieron a este recinto.
Si bien hace unos meses me “quejé” por la ausencia aparente de actividades relacionadas a los festejos mundiales que se están organizando en honor a William Shakespeare, a esta altura del año debo retractarme de mi queja puesto que al menos en la Ciudad de México la Coordinación Nacional de Teatro del Instituto Nacional de Bellas Artes ha logrado programar destacados montajes del corpus shakespeariano.
Días después de haber visto “Hamlet”, apenas comienzo a asimilar la magnitud no sólo de esta obra sino de la conciencia del hombre Shakespeare que en la postrimería del siglo XVI hubiera logrado plasmar tan lúcidamente los móviles del ser humano. Aunque uno pueda leer sus piezas teatrales, sus textos cobran otro sentido hasta el momento de ver realizado el montaje de éstas; bien lo dijo un amigo: “¿Quién lee teatro?”, y esto me quedó claro de principio a fin gracias a la brillante adaptación de este grupo de talentosos actores italianos que superaron la barrera lingüística y triunfaron al transmitir la esencia de esta tragedia al público capitalino.
Ahora bien, más allá de cumplir con una entrega semanal de opiniones disfrazadas de sentencias, encontré interesante el detenerse a reflexionar acerca de la apabullante actualidad que pueden tener estas piezas teatrales. Al día de hoy y durante este año, en la Ciudad de México se han representado Coriolano, Enrique IV parte 1, Medida por Medida, Ricardo III y Hamlet. Desconozco si ha sido o no la intención de los organizadores de este ciclo, sin embargo, el espectador al salir de estas funciones creo se lleva sembrada la duda sobre la posición del hombre ante la figura del Poder. Conociendo la rica y conflictiva historia de Inglaterra, no me sorprende que en el siglo XVI el fenómeno cultural a través de la dramaturgia haya adaptado siglos de relatos míticos para retratar y mostrar el egoísmo, la ambición y las pasiones que corrompen a cualquier ser humano. Sin tener la intención de ser un pretencioso atado al pasado, no me parece ínfimo que a 400 años de la creación de estos hitos literarios se recuerde a aquellos que padecen síndrome adánico y que tienen por única referencia cultural el cine, la televisión, los cómics o los videojuegos (Marías), que desde que el hombre aprendió a escribir y a proyectarse en la literatura y en las artes, han sido sus deseos imperiosos, sus ambiciones, sus traiciones, sus bajezas y sus delirios los que han impulsado el ciclo histórico desde las entrañas de sus sociedades hasta las cúpulas de sus gobiernos. Las emociones que despiertan las escenas de las tragedias de Shakespeare provocan un replanteamiento en el espectador respecto del significado, esencia y unicidad de sus vivencias, al punto de reconfigurar su identidad a partir del cuestionamiento a su postura moral, ética y política. El reflejo que ve de sí mismo al contemplar los actores que encarnan situaciones amorales y siniestras lo traslada al terreno de la introspección donde éste ha de cotejar y reconocer la autenticidad de sus acciones. La obra de Shakespeare lleva al lector o al espectador a recordar la existencia de una Historia que no escriben los seres humanos y que oculta sigue siendo la que posee el testimonio de los grandes cambios en las diferentes culturas que componen Occidente.
En esta época en que la fugacidad y la desmemoria se han vuelto enfermedades de una generación, el regreso y reinterpretación del repertorio shakespeariano se convierte en una especie de medicina para aquellos entes que carecen de sensibilidad y son engañados por el espejismo de la inmediatez.
En lo personal, sólo me queda reiterar mi sentir y mi satisfacción por la gran iniciativa mundial que el movimiento “Shakespeare lives” representa y esperaré emocionado por las obras que queden por representarse en la Ciudad de México. Me alegra que siempre estará William Shakespeare allí para recordarnos a los impetuosos que las pasiones son las que guían al camino de la trascendencia.

Yo, (no) quiero ser Presidente

Tigres de Arena
“Yo, (no) quiero ser Presidente.
01 de agosto del 2016

“En el umbral de lo que muchos consideran ya la “carrera presidencial” en México, por primera vez en mucho tiempo se encuentra el electorado ante el desolador panorama de carecer de figuras que representen cabalmente los intereses de una generación.”

Recuerdo que hace unos 18 años, cuando aún cursaba la primaria, existían en los programas anuales las materias como “civismo” o “cívica y ética”, donde se inculcaba a los alumnos el sentido de la justicia, el honor, la honestidad y las formas del buen vivir en sociedad, mediante una exposición sencilla sobre lo que para un niño deben de ser los derechos humanos y la ley, sumado a un sin fin de historias y anécdotas relacionadas a la independencia de México, y las cuales debían evocar una sentido de trascendencia en quienes las escuchaban. Con unas cuantas nociones sobre lo que era la libertad, la justicia y la honestidad, uno a muy temprana edad podía aspirar a soñar con devenir un día en ser un servidor publico ejemplar, imaginando la posibilidad de ser diputado, juez o presidente municipal, o, en el mejor de los casos, ser el Presidente de la República. Se soñaba a esa edad con ello porque se tenía un arquetipo respecto de lo que cualquier ciudadano podía conseguir si se mantenía en el camino de la rectitud y el respeto a la vida, sin embargo, por causa de los notorios e interminables errores de cientos de miles de entes que han tenido la oportunidad de ejercer algún cargo, la concepción popular que se tiene del servidor público —y en especial del Presidente de la República— ha alcanzado niveles de rechazo y repudio críticos, empujando a las personas a alejarse de los asuntos del Estado y favoreciendo la llegada de leguleyos, sofistas y bribones a los encargos de mayor responsabilidad de nuestro sistema político.

En el umbral de lo que muchos consideran ya la “carrera presidencial” en México, por primera vez en mucho tiempo se encuentra el electorado ante el desolador panorama de carecer de figuras que representen cabalmente los intereses de una generación. Hoy, no existe una figura política prominente en México que logre ser un elemento de cohesión para los diferentes sectores que cohabitan en este país. De hecho, en menos de 20 años, el ciudadano común lo último que desea es convertirse en depositario de los intereses de quienes le rodean; rechaza ser responsable de aquello que no le pertenece y mucho menos tiene ímpetu ni la pasión para actuar o dar la cara por terceros. Esto, no lo hace por egoísmo ni por indolencia, mucho menos por ruin, simplemente se ha dado cuenta que no necesita preocuparse de “esos temas” para tener una buena vida. Por ello, se decanta por desenvolverse en un ámbito discreto y deja para otros el participar en la esfera pública.

Aunque faltan aún dos años para decidir quién será el próximo Presidente de México, se viven tiempos en que el apasionamiento y el entusiasmo burdo con el que militantes y politólogos sólo originan molestia y disgusto entre los potenciales votantes que decidirán el avenir político de miles de arribistas. Nadie quiere ser Presidente de México porque la estructura política heredada ya no permite gobernar y sólo estamos viviendo para atestiguar escenarios en los que las leyes darwinianas pasan por ficción, escenarios donde la peor ralea de nuestra sociedad se ha abierto paso y comienza a controlar los instrumentos de poder.

Sean o no tiempos tan oscuros, ojalá allí afuera estén alistándose aquéllos que equilibrarán esta balanza, la cual por ahora carga en uno de sus brazos con los personajes más funestos que el sistema ha arrojado. Se tenga o no afinidad por el ejercicio político, se quiera o no ser actor político, la sociedad debe regresar a pensar, inventar y crear sus líderes; aún hay tiempo para proyectar nuestros idilios y nuestras convicciones con miras a encontrar por fin a alguien que esté a la altura de nuestra historia.

“Perdónenlos, no saben lo que hacen.”

Tigres de Arena

25 de julio del 2016

“Perdónenlos, no saben lo que hacen”.

“No recuerdo que en la historia reciente, un presidente de la república haya ofrecido disculpas bajo la supuesta estrategia de recuperar la aprobación del pueblo.”

Nuestro Presidente de la República desde que asumió su cargo ha dejado un número considerable de momentos inéditos en el actuar de un mandatario con su nivel de proyección mediática. Siguiendo las sugerencias de sus asesores, el Presidente ha permitido que la población en general tenga acceso virtual a presenciar cada uno de sus movimientos, gestos y alocuciones, quedando expuesto casi las 24 horas del día y destruyendo cualquier posibilidad de que el hombre Enrique Peña Nieto “ejerza” su vida privada. Durante esta semana, “cruzándome” con una de las actualizaciones de la red social del Presidente, vi que ahora el grupo de “especialistas” que manejan su imagen publica cibernética, decidieron subir un video en el que él aparece corriendo sobre una banda y relatando el porqué dejó de fumar, detallando cómo gracias a su entereza y fuerza de voluntad logró cambiar un vicio por un hábito. Todo esto sucede en aproximadamente 3 minutos y supongo que la empatía del espectador al terminar de ver este clip debe llevarlo a razonar que el hombre que vio en pantalla tiene una vida similar a la de los espectadores que lo aman y lo repudian.

De verdad, ya no sé si en serio estos seudo especialistas de la comunicación creen que el mexicano promedio en pleno siglo XXI sigue definiendo su postura política a partir de la supuesta mundanalidad que los políticos intentan demostrar la mayor parte del tiempo, configurando un pérfido dualismo que termina por encantar y fascinar a las mentes vacuas y ambiciosas. Esto provoca que aquellos que se ven seducidos por iniciar una vida pública procedan a tomarse fotos de estudio con las cuales mostrarse simpáticos a la comunidad y mediante una capacitación fugaz comiencen a saturar las redes sociales con sus improperios y juicios intrascendentes, opinando sobre cualesquier temas, siempre buscando emular a su figura política predilecta. Lo grave de esto es que se sigue alimentando una dinámica de saturación y ruido en la que lo expresado carece de sustancia y sólo se incrementa el índice de desinformación en los círculos conversacionales de la cotidianidad.

Por efecto de esta gran importancia que se le da a la opinión cibernética, los asesores en el marco de estas estrategias para intentar recuperar el prestigio de la Administración Federal, cometieron el craso error de sugerir al Presidente ofrecer disculpas públicas por el caso de la “Casa Blanca”, enterrando la poca popularidad que le quedaba a nuestro esforzado Presidente. No recuerdo que en la historia reciente, un presidente de la república haya ofrecido disculpas bajo la supuesta estrategia de recuperar la aprobación del pueblo. Pero esto, no es culpa de Peña Nieto puesto que no es la primera vez que queda exhibido en público por causa de sus asesores. Lo que debería trabajar ahora el primer círculo del presidente es la depuración de sus cuerpos e intentar realizar un último esfuerzo para que a través de autenticas acciones de gobierno recupere la credibilidad que ha estado ausente durante su mandato. Esto, no sólo en el ámbito de las redes sociales, también el cuerpo diplomático ha dejado mucho que desear por los sucesos que han permitido le afecten al presidente durante sus visitas oficiales a los diversos países que ha atendido conforme a su agenda. Sea quien sea el presidente, al menos a mí como mexicano me molesta que exhiban o ataquen a cualquiera de mis connacionales.

Queda aún mucho por hacer para cambiar la conducta de los entes que se han proclamado partícipes de la vida publica —manipulada o no por sus asesores—, empero, quienes atestiguamos sus peripecias y cuitas, formulamos votos para corrijan el rumbo y de verdad logren concentrarse y hacer las cosas bien en lo que su supuesta vocación y convicción les dicte.

Anacronismo, Terrorismo y Golpismo

Los Tigres de Arena
18 de julio del 2016
“Anacronismo, terrorismo y golpismo”

“Todo esto lo menciono porque no me imagino a los activistas cibernéticos ni a los vándalos revolucionarios haciéndole frente a vehículos militares o arrojándose a la línea de fuego por preservar el pacto social y la vida institucional.”

Al momento de redactar estas líneas (viernes), los habitantes de Turquía emprenden acciones pacíficas y arriesgadas con la intención de frenar el intento de golpe de Estado que en estos momentos está desarrollando el Ejército Turco en contra del gobierno de Recep Tayyip Erdogan, saliendo a las calles y postrándose en contra de los vehículos y tanques turcos que buscan posesionarse de Estambul y Ankara.
Asimismo, de manera casi paralela y por un día de diferencia, Francia sufrió un nuevo ataque terrorista, en lo que se configura como un ascenso y provocación a Occidente en general autoría del funesto ISIS.
Sendos eventos que se ven hermanados por el desequilibrio, el deseo de Poder y la destrucción de las formas democráticas de Gobierno, hoy hacen voltear la mirada a los habitantes de México en aquella dirección, para cotejar su lectura de la realidad con escenarios que retratan una verdadera lucha contra “el mal” y la ambición por el Poder. No puedo dejar de comparar el contexto social mexicano con el internacional puesto que si bien se ha de respetar la perpetua indignación de algunos sectores de la población para con el sistema político imperante, en México se está aún muy lejos de llegar a estos estadios donde el fanatismo y la demagogia buscan arrasar y hacer retroceder las formas civilizadas de vivir a costa de cientos de inocentes. Con una ausencia de la noción de lo temporal, el indignado e inconforme promedio se basa en eventos inconexos para justificar el actuar de la masa supuestamente crítica que ruega sea a través de una revolución que nuestro país regrese a vivir épocas doradas de “ejemplaridad” mundial y reconocimiento.
Tristemente, hoy la juventud mexicana cree tomar postura al imitar movimientos políticos cuyos motivos se encuentran muy alejados de aquéllos que originan los “nuestros”, parangonando ingenuamente al fascismo, nazismo y totalitarismo con los conflictos que el mismo sistema se ha creado. Hay una gran distancia entre la Primavera Árabe o la defensa que realiza el pueblo turco en estos momentos y los penosos intentos por inscribir en la Historia el grisáceo paso por esta época que hasta ahora ha tenido la esperanzadora generación del milenio.
Todo lo anterior lo menciono porque no me imagino a los activistas cibernéticos ni a los vándalos revolucionarios haciéndole frente a vehículos militares o arrojándose a la línea de fuego por preservar el pacto social y la vida institucional. Por más que hay centenares de pillos clamando por un conflicto civil y la disidencia, estas minorías afortunadamente permanecen disueltas y aisladas, fracasando en provocar un conflicto armado a la usanza de las células que en los años sesenta confrontaban a la autoridad. Me parece que este comportamiento anacrónico que despliegan los grupos que durante los últimos sexenios han exigido renuncias a los miembros de los Poderes de la Unión ha de corregirse o desaparecer, ya que los cambios en las sociedades donde se modificaron en los últimos años las estructuras y el ejercicio del Poder provinieron de sectores formados y de manera pacífica. De hecho, algo que me pareció irónico en el marco de lo que se desenvuelve ahora en Turquía, es que uno de los altos funcionarios del gobierno turco ha declarado a la prensa internacional que su país no es uno de África o América Latina como para permitir un retroceso por causa de un golpe de Estado. De nuevo, las revoluciones desde la trastornada visión marxista no son más vías para alcanzar fines políticos.
En fin, el episodio que el mundo atestiguó este fin de semana en Estambul y Ankara nos deja una gran lección y ejemplo; aún el hombre es capaz de defenderse “a” y “de” sí mismo sin gastar un sólo tiro, esperemos que este extraordinario hito alumbre lo suficiente a los pocos que aún creen que no es momento de rendirnos ante el odio y la desolación.

@eisenbismarck