Tiempo de las Conciencias; Conciencias del Tiempo

Por única ocasión, comparto de manera “adelantada” mi participación de esta semana.Los Tigres de Arena

23 de febrero del 2016

Tiempo de las Conciencias; Conciencias del Tiempo.
“Se apaga otra estrella; hasta luego Profesor Eco.”
Hace ya varias reuniones que en compañía de mis amigos, los destacados intelectuales y académicos, Marco Antonio Aguilar Cortés, José Herrera Peña, Juan García Tapia, Miguel Salmon del Real y Alberto Luquín, venimos discutiendo y valorando la influencia de un sinnúmero de escritores que dejaron su marca en la Historia escrita de Occidente. Cientos de nombres y apellidos han sido evocados en las tertulias que mensualmente procuramos; encontrando, de manera muy fluida y auténtica, predilección y admiración en común hacia algunos de estos personajes. Entre las cualidades que más apreciamos de unos y de otros considerábamos esencial la influencia que los autores tuvieron como figuras públicas de su Tiempo; considerábamos, que era de suma importancia la congruencia y solidez de la postura “política” —siempre alineada a la ideológica— que asumieron filósofos y escritores durante sus vidas, y que al final les depararon la fortuna de convertirse en arquetipos que hoy moldean e influyen en el desarrollo del fenómeno cultural de cada uno de sus países de origen. Personalmente, en el campo de la Literatura, siempre he considerado como conciencias de su Tiempo, como conciencias totales del siglo XX: a Jorge Luis Borges, a Mario Vargas Llosa y al hoy desaparecido Umberto Eco.
¿Cómo alguien puede llegar a ser conciencia de su época? ¿Por qué alguien aspira a ser conciencia de su época? ¿Se cumple acaso —en el sentido borgesiano— con un destino personal? Cualquier persona que pueda leer y escribir, ¿puede aspirar a serlo? En el análisis de la representación de un hombre que ha dedicado su vida a contemplar e interpretar el devenir de las relaciones humanas, uno siempre termina abrumado al descubrir el tamaño de la obra que ha dejado gente como la que cité en el párrafo anterior. Uno descubre la vocación, la libertad, la disciplina y la pasión en seres que compartieron un gran sentido común y de responsabilidad para con el oficio de la escritura. Desdeñaron la diatriba y la agresión y siempre terminaron inclinándose por favorecer el diálogo y la reflexión; jamás perdieron su caballerosidad ni su elegancia.

En la obra escrita de la tríada que admiro profundamente, encuentro esa literatura que Sartre denominó “comprometida”. La Literatura y las reflexiones que en los diferentes géneros que abordaron, les permitieron ascender a la universalidad y desde sus primeras magnas obras, convirtieron sus palabras en actos; actos cuyos efectos no cesan de manifestarse ni de unir generaciones en torno a un sentido común y una parsimonia intelectual que hizo de la concreción un estilo de escritura, creando una voz que superó el cautiverio de sus lenguas maternas.

En lo personal, le debo mucho a la obra de Eco. Fue indirectamente mi maestro de italiano, enseñándome con sus novelas y sus artículos un nivel de expresión que es difícil encontrar en las aulas. Fue un gran comunicador e ideólogo que supo a través de sus conferencias encontrar la vía para mejorar —aunque fuese mínimo— su entorno, mejorarlo siendo un profesor que desechó la mezquindad y el egoísmo, y, que siempre entendió que el combate del humanista es el que se lanza en contra de la ignorancia, el odio y la pusilanimidad, mismos que se disipan con la correcta difusión y divulgación del conocimiento.

En Literatura, cuestionó la existencia de Dios desde el Medioevo, inventó y se divirtió con las conspiraciones, atacó a la “prensa de fango” (la que tristemente predomina en México), nos recordó quiénes son nuestros enemigos; en la Academia, fue asombrosa su capacidad para sintetizar y agotar temas en los campos de la Filosofía, Lingüística, Estética, Antropología y Teoría Literaria; fue, tal vez, el único pensador europeo que mantuvo “bajo el reflector” los grandes tópicos que la ahora mal llamada generación “posmoderna” ha intentado ignorar y enterrar, en un afán de revolucionar o regresar a cierto estadio que les postre como los entes fundacionales de civilizaciones incólumes y depuradas de los sistemas políticos fallidos.

Desde hace unos tres años comencé a seguir al Profesor Eco en su “Bustina di Minerva”, publicada quincenalmente en el semanario “L’Espresso” del grupo Repubblica. La columna que más me marcó fue una que escribió a inicios del 2014, titulada “”Caro nipote, studia a memoria” (Querido nieto, estudia de memoria), en la cual le escribe a su nieto y le comparte su preocupación por la pérdida de memoria que su generación está sufriendo; le sugiere estudiar y conocer de memoria todo aquello que precedió a su nacimiento, para así, gozar de la oportunidad y del placer de vivir miles de vidas y lograr una comprensión y satisfacción de la propia. Dejo la liga a esta columna: goo.gl/gXChk9

Durante los últimos meses, Eco fue muy agudo con la clase política de su país; recientemente respondió al Primer Ministro Renzi que “ni la Cultura ni la Belleza salvarán al mundo”, añadiendo que grandes criminales de la humanidad —como Joseph Goebbels—fueron coleccionistas de obras de arte. También a comienzos de este año lanzó una crítica severa contra el derecho de hablar de las masas en las redes sociales, donde (parafraseándolo) “legiones de imbéciles tienen el mismo derecho de palabra que un premio Nobel”.

Se fue una conciencia de nuestro Tiempo, empero, los avances de la Astrofísica nos han enseñado algo sumamente poético: que las luces más bellas e intensas del firmamento son aquellas que pertenecieron a estrellas que han muerto. Se fue una de las luces de nuestro incomprendido siglo XX; que la luminosidad y energía de su pensamiento guíen a las generaciones que realizarán nuestras ilusiones y nuestros sueños.

Twitter: @eisenbismarck

El Enemigo Imaginario

Los Tigres de Arena

El Enemigo Imaginario

“Por favor, respóndanme, ¿ahora quién es mi enemigo?”

Umberto Eco, hace unos cinco años aproximadamente, trabajó con una tesis en la cual planteaba la “necesidad” que tiene una sociedad o un pueblo de contar con enemigos. En las primeras páginas de “Construir al Enemigo” (Bompiani, 2011 / Lumen 2012), Eco expresaba: Tener un enemigo es importante no sólo para definir nuestra identidad, sino también para procurarnos un obstáculo respecto al cual medir nuestro sistema de valores y mostrar, al encararlo, nuestro valor. Por lo tanto, cuando el enemigo no existe, es preciso construirlo. Afortunadamente, para quienes no son ávidos lectores de los ensayos eruditos, Eco logró también un gran trabajo trasladando al campo de la Literatura esta tesis con su exitosa novela epistolar “El Cementerio de Praga”; recomiendo la lectura de sendas obras para el efecto de profundizar en la idea que hoy inspira esta columna.

“Enemigo”, “enemy/foe”, “ennemi”, “nemico”, “inimicus” y “der Feind” son los sustantivos que en sus respectivas culturas designan al ente a que se tiene aversión y el que se contrapone a nuestros intereses. El conflicto con El Otro, el conflicto del hombre con sus semejantes y consigo mismo ha sido según algunas escuelas filosóficas el motor de la historia; no obstante, hoy día, en la época que considero como la más “prolífica” o “brillante” de la Historia moderna –sin retratarme ingenuamente en un Cándido— me distrae y enturbia lo que observo en el comportamiento de las masas, específicamente, en la forma de actuar de la “jamás silenciada”, “despierta” y sobre todo “progresista” nueva sociedad mexicana que desde hace ya varios años está enredada y empantanada en un ejercicio de descalificación y agresión hacia un enemigo, que me temo, no existe y no existirá.

La pandemia de improperios y diatribas que todos los días se ven en las redes sociales o se escuchan en las calles, sí, tal vez sean un parámetro para asumir que la sociedad está inconforme; empero, se ha llegado a un nivel absurdo que equipara las innumerables sentencias y críticas de la “voz del pueblo” al rumor que se escucharía en una avenida congestionada a las dos de la tarde en cualquier urbe de este país. Pero, me pregunto: ¿por qué tanta insatisfacción?, ¿por qué tanto odio?, ¿por qué tanta tirria originada desde nuestros personales deseos insatisfechos? Antes, las generaciones de nuestros padres y abuelos confrontaron auténticamente a figuras y situaciones que atentaban contra su integridad; hoy, afortunadamente no hemos sufrido un solo conflicto que haya marcado nuestra ideología o modificado la visión de nuestra comunidad. Por eso, no logro explicarme ni abstraer las consecuencias graves que el ocio y la orfandad intelectual han producido en esta clase de personas tan “despiertas” y contestatarias.

Durante el siglo XX, el hombre contemporáneo —en la realidad y la ficción— enfrentó a Dios, a la Autoridad, al Poder y a sí mismo. En el siglo XXI, el hombre contemporáneo combate sus ficciones, sus fantasías y sus mentiras. Es irrisorio que viviendo en un momento en el cual se ha reducido considerablemente el riesgo de sufrir tragedias o crisis “externas”, este grupúsculo de entes siga promoviendo la desidia, contagiando la disidencia y tergiversando la interpretación de la realidad. Este “Síndrome Sartre” que se ha apoderado de un pequeño sector de la población lo coloca en una ingenua dinámica en la que semana a semana se hace de la tragedia del día un “Mayo del 68” cuya difusión —por fortuna— no supera los vasos comunicantes al alcance de quienes intentan cohesionar travistiendo la violencia.

Personalmente, mi hastío no es profundo, mucho menos puedo hablar de molestia o sentir rencor, no obstante la fatiga que genera el ver el tiempo que invierte esta gente en agredir y zaherir secuencialmente a las figuras públicas en turno. Tengo más de quince años sin compartir la insatisfacción colectiva y mucho menos comparto el estilo de “hacer política” por conducto del insulto, la amenaza, el llanto y la victimización. El día que tenga que “alzar la voz” o sostener mis convicciones, me dirigiré a título personal y escribiendo el nombre y apellido del destinatario de mis juicios, al menos así me enseñaron en la Facultad de Derecho de la UMSNH y así lo aprendí de mis maestros y amigos.

Nuestra generación tiene el gran reto de responsabilizarse de sus dichos y sus palabras; si no supera este mal, desde ahora se está condenando a no ver su huella por este mundo. Transformemos y aprovechemos este tiempo para admirarnos mutuamente y crecer; como espejos que somos, reflejemos luz, y que ésta jamás se extinga.

 

Martes 16 de febrero del 2016.

 

Legislativo demasiado humano

Los Tigres de Arena
Martes 9 de febrero del 2016.

Durante la última semana, de manera indirecta en el espacio de las redes sociales, me he encontrado con manifestaciones propagandísticas de algunos legisladores, quienes de manera “genuina” y “sorpresiva” publicitan la renuncia al sueldo del cual gozan como servidores públicos. Sumado a esto, he visto también cómo la labor de otros se ha reducido en el ojo público a mostrarse como gestores y benefactores de la ciudadanía. Sendos fenómenos me hicieron cuestionarme por las leyes, proyectos y borradores que deberían estar fervorosamente discutiendo y debatiendo, y, sin embargo, no hallé –al menos en estos canales mercadológicos que se manejan a título individual- logros o acercamientos amigables para con la población respecto de su auténtica práctica legislativa.
Respecto del primer tema que abre esta participación, me parece muy benévolo -de manera superficial- el que una persona renuncie a su salario. Digo superficial, porque en el sistema económico y laboral que rige al país si algo he aprendido -sin distinción alguna entre quienes laboran en los sectores públicos y privados- es que nadie realiza un trabajo sin esperar una paga. Extrañamente, ahora aparecen figuras que han logrado el sueño de realizar una actividad por amor a servir; no sé, supongo ya habrán arribado a un estadio de satisfacción material y espiritual que les permite entregarse enteramente a sus representados.
Dejando de lado la ironía, lo que en verdad pienso es que estos políticos han optado por una ignominiosa herramienta de convencimiento y patetismo para con sus simpatizantes. A mi juicio entran en un truculento intercambio que en el fondo sólo busca perpetuarlos en el ejercicio del poder público (y no descubro nada con este comentario). Cuando venga el momento de renovar el sistema político esa benevolencia y favor “desinteresado” buscará apelar a la deuda generada entre representante y votante, entrando en esa dinámica de reciprocidad insana en el que ambos entes fallan al creer que el primero encarna la caridad, vocación y sacrificio por la colectividad; y el segundo, un juez que se coloca por encima del actor público y quien cada tres años decide magnánimamente extender o terminar su vida pública. De tal suerte, que leo en ese fragmento de realidad (cibernética) un nocivo alejamiento de lo que originalmente procuraba un legislador.
No dudo que estos personajes concretarán obras importantes, empero, ya hace tiempo que el poder legislativo invade las atribuciones del ejecutivo, y en el fondo, lo deleznable es que cada año legislativo se abre a una vergonzosa disputa por ínfimas partículas del erario público.
También, soy de la idea que todo trabajo debe ser remunerado; ahora, lo que sí se puede discutir –y lleva años discutiéndose- es si el caudal de responsabilidades de los altos mandos de los tres poderes es “justo” o “proporcional” y acorde a la realidad social que diversos estudios sociológicos y económicos muestran. Habrá que hacer la aritmética y cálculo necesario para determinar si todo este “exceso” de remuneraciones podría redistribuirse y aprovecharse en acciones de gobierno de alto impacto. Aún y cuando se hiciera, sostengo que los profesionales que se desempeñan en el sector público, no tienen la obligación de renunciar a su sueldo. Desafortunadamente quienes ya lo han hecho sólo fomentan la demagogia, pues en una sociedad “políticamente saludable” la ciudadanía nunca ha exigido la inmolación de sus representantes; por el contrario, sólo ha exigido un nivel mínimo de congruencia entre sus facetas públicas y privadas.
Los poderes legislativos locales y federales no han de olvidar su fin último en nuestro sistema político: promulgar, diseñar e instrumentar leyes que mejoren la convivencia y las condiciones de los habitantes. Esto, no a través de la gestión o dispendio de recursos extraordinarios que dupliquen lo que ya realiza el Ejecutivo, sino mediante la constante comunicación y equilibrio entre poderes, respetando el campo de acción ambos. Sí, se necesita dinero y recursos para modificar la realidad social, pero hay quienes prefieren olvidar que ya hay una parte del sistema político que se dedica únicamente a eso.
Que nuestros legisladores no olviden que de este Poder emergen los grandes tribunos, los estadistas, los oradores y los pensadores; no administradores ni gestores. El espíritu de la ley descansa sobre sus hombros y sobre la ley nuestra sociedad; exijamos que ésta sí refleje nuestra realidad.

Bismarck Izquierdo Rodríguez
@eisenbismarck

Japón, Presente y Futuro

Los Tigres de Arena

3 de febrero del 2016

Jorge Luis Borges, en su libro Atlas, relata que las deidades del Shinto se reunieron en uno de los otoños del tiempo y crearon todas las cosas. Para que el hombre no se abrumara con todo esto, los dioses le permitieron ensayar algunas variaciones, con ello, pudo imaginar el arado, la llave, el calidoscopio, la espada y el arte de la guerra y, también, imaginó un arma invisible que sería el fin de la historia. Observando esto, los dioses pensaron que era momento de borrar a los hombres, empero, uno de entre ellos recordó en un idioma desconocido lo que el hombre ha imaginado en el espacio de diecisiete sílabas. Al escuchar esto, la divinidad mayor sentenció que los hombres perduraran y por obra de un haiku la humanidad se salvó.

La versión completa de este relato lo plasmó Jorge Luis Borges durante su estancia en Izumo en abril de 1984.

Tomando la síntesis de este relato comienzo esta atípica participación, alejándome de la habitual crítica o análisis del fenómeno político de nuestro Estado, puesto que esta semana me encuentro en la ciudad de Tokio cotejando la concepción que tenía de esta cultura con lo poco o mucho que se puede asimilar cuando se conoce de la mano del Turismo un lugar nuevo.

Antes de realizar esta visita, yo siempre había tenido la idea que Japón y Tokio eran el futuro. 

Durante el trayecto en tren entre el aeropuerto de Narita y la estación de Tokio, uno inmediatamente puede apreciar las postales del área conurbada de la capital. La primera impresión que uno tiene al mirar el caserío moderno de la periferia es el de estar en una ciudad de primer mundo que no tiene nada que codiciar de sus homólogas de Occidente. 

Normalmente cuando se descubre una cultura -y en particular la de un país en mejores condiciones que México- todo los elementos que la componen parecen mejores que los del país del que somos originarios. He conocido ya las capitales modernas de la cultura Occidental (Nueva York, París, Berlín), y ninguna me impresionó tanto como lo ha hecho Tokyo. Es increíble cómo una ciudad ha alcanzado tal nivel de vida y desarrollo; la Ciudad de México está a una gran distancia de evolucionar a este modelo de organización que emulan entre sí las grandes urbes. 

Antes de iniciar este viaje me habían dicho que “viajaría al futuro”, comentario que creí exagerado, sin embargo, mi imaginación se quedó muy corta en la proyección que tenía sobre esta ciudad y cultura. Lo extraordinario de este pueblo es su disciplina y respeto profundo al trabajo y sus propias reglas, es notable que este sentido de rectitud haya permitido que esta sociedad se recuperara rápidamente de una guerra y emergiendo como una de las potencias que influyen en el orden mundial. Enlistar sus virtudes y fortalezas sería un ejercicio de ingenuidad y una falta de sentido común porque la realidad no necesita obviarse, además, estoy muy alejado de los especialistas que podrían brindar una descripción minuciosa de este entorno.

Como toda comparación sin importar su escala siempre resulta funesta y estéril, me limito sólo a manifestar lo anterior dicho.

Por ahora, sólo viene a mi mente el territorio donde estoy destinado a desenvolverme y en su potencialidad y no veo ruinas ni desolación en nuestra Historia, mucho menos pesimismo congénito ni precariedad, entonces me pregunto: qué le ha faltado -o le sigue faltando- a México? No lo sé, pero la respuesta, sigue descansando en la conciencia de su pueblo. Que impere y prevalezca su lucidez y determinación; que desaparezca la pusilanimidad y la ignominia. Bien o mal, nuestro presente y futuro aún depende de nosotros.

Bienvenido, Jorge Mario Bergoglio

Los Tigres de Arena

26 de enero del 2016

Faltan un par de semanas para que Jorge Mario Bergoglio visite México por primera vez. En su faceta como Francisco I, será el primer papa que visite Michoacán, en lo que parece se convertirá el evento hacia el que los historiógrafos michoacanos enfocarán toda su atención; y sobre el cual, en un futuro no muy lejano, publicarán su interpretación “científica” del suceso.

Alejándome por instantes del fervor y frenesí social que ya ha causado la visita de este líder político y espiritual, he encontrado un par de situaciones que me llaman la atención. Una, el despliegue propagandístico por parte del Gobierno del Estado para “darle la bienvenida” a esta carismática figura; la otra, la reanimación de la pasión religiosa –por el catolicismo en este caso– generando toda clase de manifestaciones de afecto y admiración por quien también funge como jefe del Estado de la Ciudad del Vaticano.

La primera no me alarma, he de suponer que este despliegue propagandístico es parte del protocolo que el Gobierno del Estado tiene diseñado para manejar visitas de figuras de este nivel. Seguramente se replicarán estas acciones de gobierno el día que nos visiten los jefes de Estado de Alemania, Rusia o Israel.

La segunda aunque tampoco me alarme, sí me motivó a reflexionar un poco más. Aun y cuando se respete y garantice la libertad de credo y culto constitucionalmente, llama la atención que las muestras de afecto y respeto también estén proviniendo de notorias figuras y servidores públicos olviden las normas de carácter laico que rigen el mandato gubernativo. Es sorprendente que muchos de estos entes ya cuentan con lugares preferentes para presenciar los actos que conforman la agenda papal y que miles de correligionarios –católicos- envidiarían. Bien o mal, es un hecho que estos personajes no dejarán pasar la oportunidad de ser vistos por la ciudadanía y la prensa como los más ilustres fieles de este país.

Pero insisto, la práctica de una religión no representa problema alguno; el problema es que aquellos pocos elegidos que desempeñan cargos públicos en un sistema político laico, olviden que el ejercicio de la fe y el del poder no se pueden mezclar. ¿Razones? No conviene verterlas aquí; la historia política de México no necesita obviarse. No pretendo efectuar una apología del laicismo, ni mucho menos juzgar ni criticar a los millones de católicos que disfrutarán de este evento; lo único que deseo remarcar es la incongruencia e ignorancia de los actores políticos que asistirán a las ceremonias religiosas y quienes favorecidos por su “investidura” torpemente pensarán que “harán política” si logran estrechar la mano de Jorge Mario Bergoglio.

Para quien redacta estas líneas, el Estado y la Religión no deben mezclarse más allá de lo que el Derecho marque, y en el caso de nuestro Derecho, los principios de la Reforma siguen sosteniendo nuestro constitucionalismo.

A esta altura de la época “posmoderna” ya no me sorprenden muchas cosas; he conocido priistas cristeros y perredistas masones, los comportamientos políticos siguen empeorando año con año y sólo queda reafirmar las convicciones políticas y filosóficas ante semejantes desvaríos.

Ojalá esta breve participación les recuerde a los miembros en activo de la clase política estatal y nacional que la división Iglesia-Estado, en la historia política de Occidente, es el mayor triunfo de la civilización de los últimos 300 años. La ignorancia y el olvido no han de apagar este destello que aún ilumina nuestros días.

 

La verdad de las mentiras

“Cuando leemos novelas no somos el que somos habitualmente, sino también los seres hechizos entre los cuales el novelista nos traslada. El traslado es una metamorfosis: el reducto asfixiante que es nuestra vida real se abre y salimos a ser otros, a vivir vicariamente experiencias que la ficción vuelve nuestras. Sueño lúcido, fantasía encarnada, la ficción nos completa, a nosotros, seres mutilados a quienes ha sido impuesta la atroz dicotomía de tener una sola vida y los deseos y fantasías de desear mil. Ese espacio entre nuestra vida real y los deseos y las fantasías que le exigen ser más rica y diversa es el que ocupan las ficciones.En el corazón de todas ellas llamea una protesta. Quien las fabuló lo hizo porque no pudo vivirlas y quien las lee (y las cree en la lectura) encuentra en sus fantasmas las caras y aventuras que necesitaba para aumentar su vida. Esa es la verdad que expresan las mentiras de las ficciones: las mentiras que somos, las que nos consuelan y desagravian de nuestras nostalgias y frustraciones. ¿Qué confianza podemos prestar, pues, al testimonio de las novelas sobre la sociedad que las produjo? ¿Eran esos hombres así? Lo eran, en el sentido de que así querían ser, de que así se veían amar, sufrir y gozar. Esas mentiras no documentan sus vidas sino los demonios que las soliviantaron, los sueños en que se embriagaban para que la vida que vivían fuera más llevadera. Una época no está poblada únicamente de seres de carne y hueso; también, de los fantasmas en que estos seres se mudan para romper las barreras que los limitan y los frustran.”
Pasaje de: Mario Vargas Llosa. “La verdad de las mentiras, ensayos sobre literatura.”

La verdad de las mentiras

“Las utopías modernas, como las de Huxley y de Orwell, ponen al descubierto lo que los clásicos disimulaban tras sus idílicas y armoniosas sociedades inventadas: que ellas no nacían de la generosidad sino del pánico. No de un sentimiento noble y altruista en favor de una humanidad reconciliada consigo misma y emancipada de las servidumbres de la explotación y del hambre sino del temor a lo desconocido, a tener cada hombre que labrarse un destino por cuenta propia, sin la tutela de un poder que tome en su nombre todas las decisiones importantes y le resuelva la vida. La utopía representa una inconsciente nostalgia de esclavitud, de regreso a ese estado de total entrega y sumisión, de falta de responsabilidad, que para muchos es también una forma de felicidad y que encarna la sociedad primitiva, la colectividad ancestral, mágica, anterior al nacimiento del individuo. Brave New World tuvo el mérito de hacer patente que detrás de las utopías sociales yace la fascinación por la servidumbre, el terror primitivo, atávico, del hombre de la tribu —de la sociedad colectivista— a asumir aquella soberanía individual que nace del ejercicio pleno de la libertad.”
Pasaje de: Mario Vargas Llosa. “La verdad de las mentiras, ensayos sobre literatura.”

Estela Canto (IV)

Adrogué, sábado.
A pesar de dos noches y de un minucioso día sin verte (casi lloré al doblar ayer por el Parque Lezama), te escribo con alguna alegría. Le avisé a tu mamá que tengo admirables noticias; para mí lo son y espero que lo sean para ti. El lunes hablaremos y tú dirás. Pienso en todo ello y siento una especie de felicidad; luego comprendo que toda felicidad es ilusoria no estando tú a mi lado. Querida Estela: hasta el día de hoy he engendrado fantasmas; unos, mis cuentos, quizá me han ayudado a vivir; otros, mis obsesiones, me han dado muerte. A éstas las venceré, si me ayudas. Mi tono enfático te hará sonreír; pienso que lucho por mi honor, por mi vida y (lo que es más) por el amor de Estela Canto.
Tuyo con el fervor de siempre y con una asombrada valentía,
Georgie.

Qué es el Budismo?

“[13] Recordemos los versos de Blake: To see a World in a grain of sand / and a Heaven in a wild flower, / hold Infinity in the palm of your hand / and Eternity in an hour. (En un grano de arena ver un Mundo / y en cada flor silvestre el Paraíso, / vivir la Eternidad en una hora, / sostener en la palma el Infinito.)”
Cita de Borges en “Qué es el Budismo?”

Javier Marías

“Pese a esa puerilidad del novelista con la que inicié esta disertación; es más, pese a su ingenuidad radical y su exceso de credulidad; pese a lo absurdo de su labor, a sus trampantojos y sus ilusiones, sus entelequias y sus pompas de jabón, ese novelista que inventa es el único facultado para contar cabalmente, a diferencia de los ya mencionados cronistas, historiadores, biógrafos, autobiógrafos, memorialistas, diaristas, testigos y demás esforzados de la narración abocados a fracasar. Necesitamos saber algo enteramente de vez en cuando, para fijarlo en la memoria sin peligro de rectificación. Necesitamos que algo pueda contarse a veces de cabo a rabo e irreversiblemente, sin limitaciones ni zonas de sombra o sólo con aquellas que el creador decida que formen parte de su historia. Sin posibles correcciones ni añadidos ni supresiones ni desmentidos ni enmiendas. Y lo cierto es que sólo podemos contar así, cabalmente y con sus in- controvertibles principio y fin, lo que nunca ha sucedido. Lo que no ha tenido lugar ni ha existido, lo inventado e imaginado, lo que no depende de ninguna verdad exterior. Sólo a eso no puede agregársele ni restársele nada, sólo eso no es provisional ni parcial, sino completo y definitivo.”
Fragmento del discurso de ingreso en la Real Academia Española, 2008.